Ariadna puso en la mano de Teseo un hilo que lo guio por el laberinto. Con esta astuta estrategia el amado acabó con el monstruo y pudo regresar a sus brazos. A través de nuestro hilo particular, nos adentraremos en el profundo misterio que nos liga a los mitos, mitos femeninos en general desconocidos, pero siempre presentes en el imaginario colectivo transmitidos por el cine, la literatura y otros medios, rememorando mitos como es el travestismo como estrategia de engaño, del que nos ocupamos más adelante. Actrices que subvirtieron el orden travistiéndose en los escenarios, como es el caso de la actriz francesa Virginie Déjazet (1798-1875), representando a personajes de la época como Richelieu, Voltaire o Rousseau. En nuestro cine nacional, por citar algún caso, recordamos a los actores López Vázquez (Mi querida señorita, 1971) o José Sacristán (Un hombre llamado Flor de Otoño, 1978); o actrices travestidas como Esperanza Roy (La monja alférez, 1987) o Blanca Portillo dando vida al inquisidor Rodrigo Bocanegra (Alatriste, 2006). En el teatro, el travestismo de las actrices era menos frecuente que el de los hombres, que ya lo utilizaban en el teatro cásico griego (a las mujeres les estaba prohibido actuar). En el siglo XIX, Sarah Bernhardt sorprendió encarnando a Hamlet y la española Margarita Xirgu hizo lo mismo en 1937. Son algunos ejemplos.
A través de todo ello nos percatamos de la pervivencia del peso del poder patriarcal, con todas las formas de dominación, así como de ciertas conductas, culturalmente estigmatizadas, al menos en nuestra cultura occidental, al mismo tiempo que se consideran «normalizadas» por el peso del poder. Estas son fácilmente detectables en conductas, tan poco edificantes, como el bestialismo: como el reiterado transformismo (para acceder fraudulentamente a su víctima) de Zeus (de nuevo volvemos a los orígenes). Entre sus muchos «disfraces»: bajo el aspecto de un toro para poseer a Europa; en cisne para hacer lo propio con Leda o en sátiro para seducir a Antíope: todas ellas simples mortales. Al parecer, siendo hembras, y deseadas, no importaba el estatus (divino o humano), porque también sedujo, por sólo citar otro ejemplo, a la divina Hera, que le había rechazado reiteradamente (durante trescientos años), esta vez para hacerlo en forma de pájaro. Aquí no termina todo, porque el muy ladino consigue a Alcmena travistiéndose como su marido, Anfitrión, y a su vez a Danae a través de una sofisticada lluvia de oro.
Rosa Mª Ballesteros es Historiadora y Vice-Presidenta del Ateneo Libre de Benalmádena