
A finales de los años 90, un grupo de jóvenes emprendedores creó una atracción única en el parque de atracciones de la Costa del Sol. Esta es la increíble historia de cómo convirtieron un sueño en realidad, instalando en Benalmádena la mismísima Área 51 y llenándola de seres de otros mundos.

Bernardo Jiménez es un viejo amigo que, desde hace años, colabora con Acibe en la organización del Festival Internacional de Cortometraje y Cine Alternativo de Benalmádena. Ya lo hizo mientras fue concejal en el Ayuntamiento de Benalmádena y lo sigue haciendo ahora que está centrado en su actividad empresarial. Solemos encontrarnos los miércoles en el Papa Erig, pues somos fans declarados del gazpachuelo que sirven ese día. Un día, mientras conversábamos, salió el tema del Tívoli y le comenté que mi amigo (y coproductor de un documental que he escrito La Guerra Más Larga) Jorge Rivera había trabajado unos años en El Pasaje del Terror. En aquel momento, algo pareció removerse en su interior y fui casi testigo de cómo su mirada se llenaba de recuerdos. “Yo monté el Pasaje del Terror”, me dijo con voz casi trémula.

Orígenes del ‘Pasaje del Terror’
Bernardo fue contactado en 1989 por una empresa que respondía al nombre de Monsters & Monsters, responsable del primer Pasaje del Terror, que abrió sus puertas en Bilbao. Su propietario, Fernando Quenard era un argentino que había decidido ampliar su negocio instalándolo en parques de atracciones y necesitaba técnicos para abrir dos locales nuevos de la franquicia, en Madrid y Benalmádena.
De buenas a primeras, se vio como responsable de electricidad, iluminación y efectos especiales de lo que se conocía como “atracciones de recorrido”. Estas eran aquellas en las que los usuarios se iban desplazando a pie de un escenario a otro, en los que se iban desarrollando la narrativa de la temática elegida.
Durante los años siguientes, Bernardo Jiménez montó estos espectáculos en lugares como un parque comercial de Leganés a Isla Mágica en la Cartuja, Port Aventura o Terra Mítica. Y lo hizo hasta que Monsters & Monsters pegó el salto internacional y empezó a funcionar al otro lado del charco.

En este periodo innovó y mejoró algunos de los toscos sistemas que llegaron de Argentina.
“La cama de la niña del exorcista venía con un brazo hidráulico con secuenciador que la levantaba. Algo bastante burdo. Yo empecé a usar circuitos impresos fabricados en España. Con ellos logré que las llamadas ‘cajas de efecto’ redujesen su tamaño.
Y para los efectos sonoros se empleaban walkmans. Sí, walkman, con un cassette dentro que había que rebobinar cuando terminaban y era un fastidio. Empezamos a usar grabación digital, con memorias. Todo se volvió más ágil y económico”.

Tras haber conocido a tantos montadores e incluso haber formado a algunos, a Bernardo y sus socios se les “encendió la bombilla”, como suele decirse, y su socio, amigo y colaborador Juan Manuel Martínez el que tuvo la idea.
Eran los años 90, Alien 3 se había estrenado en 1992, la serie-fenómeno social Expediente X en 1993 y Especie mortal, protagonizada por Natasha Henstridge, hacia furor en 1995. Jiménez del Oso publicaba libros multiventas y artículos en revistas, entonces populares, como Espacio y Tiempo y Más allá de la ciencia.


Los dos amigos, junto a Francisco Ramírez, buscaron un local en el parque de atracciones Tívoli. Una vez localizado el espacio idóneo, idearon un recorrido y las distintas escenas a recrear. El concepto del parque era: un millonario excéntrico (Elon, baja y lee esto) ha logrado atrapar a varias razas alienígenas de las que nos visitan, pero, como en Parque Jurásico, los bichos se escapan y la lían en su bunker subterráneo. Ese era el entorno e historia en la que debían desenvolverse los visitantes que pagaban su entrada.

Con muy buen tino, bautizaron a la experiencia como UFO (siglas en inglés correspondientes a la nuestras OVNI). La idea era atraer (abducir, diría Iker Jiménez) tanto a locales como a extranjeros.

Entre las distintas escenas, se podía ver una especie de morgue con la autopsia de un gris (no confundir con el Cuerpo de Policía Armada y deTráfico franquista, hablamos del famoso video divulgado por Ray Santilli en 1995 en el que se suponía que se presentaban pruebas de que en el Área 51 se guardaban cadáveres de extraterrestres) y otras de taquillazos del cine como los huevos abiertos de Alien, (1979), la cueva de Species o la selva guatemalteca de Depredador (1987).

Para recrear la película protagonizada por Schwarzenegger, Bernardo recuerda que se gastaron un dinero en pintura verde y llenaron el escenario de hojas de palma. Pero fueron más allá, llegando a recrear con éxito los momentos en los que el cazador alienígena consigue hacerse invisible, gracias al uso de luces y espejos. Además, en plenos años noventa, lograron hacerse con lásers para dar vida a la mira-objetivo con la que el Predator fija a sus víctimas antes de darles matarile.

Para la zona dedicada a Stargate, puerta a las estrellas (1994), contrataron a un artista de Torremolinos que llenó las paredes de jeroglíficos.
Entre cucharada y cucharada de gazpachuelo (¡un momento, una gamba, ñam!) Bernardo recuerda la cantidad de estudiantes en los viajes de fin de curso que los visitaron, las personas que (por miedo) se quedaban congeladas, sin poder moverse y había que asistirles para que abandonasen las instalaciones, o la cantidad de famosos que visitaron el UFO.
“Unos que repetían eran los de Camela. Siempre que venían a actuar al Tívoli se pasaban por allí”.

Uno de los principales retos a los que se enfrentaron Jiménez y sus socios fue crear el entorno de la atracción, que debía ser parecido a la Torre del Diablo de la joya espilbergniana del ‘cine ufológico’ Encuentros en la Tercera Fase (1977). Contratando empresas malagueñas, el usar poliuretano salía por un riñón (que si eres marciano y tienes siete, pues mira, pero para un humano es fastidioso), así que se les ocurrió usar tela de gallinero para dar forma a la montaña, sobre esta se colocó espuma de poliuretano y le dieron unas manos de pintura. ¡Voilá! Monte habemus. Artistas llegados de Madrid jugaron con tintas, envejecieron las puertas a los búnkeres de imitación, colocaron plantas falsas y los tradicionales carteles de “High Voltage”.

¿Y los bichos?
Estamos en 1995 y tienes que llenar un escenario que te ha costado una pasta de extraterrestres. Y hablamos de seres alienígenas que den el pego. ¡Atención, pregunta! ¿Qué leñes haces? Cuando Bernardo y los suyos empezaron a buscar la fauna de su atracción, se dieron de bruces con el cutrerío imperante. La calidad máxima era propia de Carrasquilla.

Buscaron en Londres y Roma y tuvieron acceso al fin a un catálogo de una empresa estadounidense donde vendían máscaras de látex (que por aquí ni se olían) y reproducciones fieles de los personajes que buscaban. Ninguno de ellos hablaba inglés, así que tiraron de uno de sus trabajadores, un venezolano, que logró comunicarse con los fabricantes vía telefónica. (Sí, como habréis imaginado, Internet estaba en pañales, pero pañales sucios de meconio. Me acabo de dar cuenta de que he hecho un chiste que solo entenderán padres y madres. Sorry al resto).
Ahora ya tenían el proveedor de alienígenas, pero surgieron dos problemas.
1. Había que pedir al menos dos trajes de cada tipo de extraterrestre y para ello tenían que palmar un millón de pelas para comprar lo que querían.
2. Había que bregar con los pesados trámites aduaneros al tratarse de una transacción comercial.
¿Cómo lo solventaron? Alguien tenía un pariente en Filadelfia (sí, donde el queso) que compró (tras la conveniente transferencia internacional pre-banca digital) todo el material y lo envió en un paquete desde los EEUU.
“Si te digo la verdad, algunos cruzamos los dedos esperando que no se clavara el dinero”, me confiesa Bernardo ya tomando el café.
Un mes y medio después de que el primo de América avisase de que el envío se había realizado, llegó el paquete a Benalmádena. Por aquella época no existía el meme de “Cuando lo pides en Aliexpress vs cuando te llega a casa”, pero no las tenían todas consigo antes de abrir las cajas. Esta parte de la peli tuvo un final feliz. El material era de buena calidad, con máscaras, trajes de razas extraterrestres… ya podían respirar tranquilos. La atracción tenía sus protagonistas.


Brastok SL fue la empresa bajo la que operó la atracción UFO, y su nombre fue creado empleando dos de las películas favoritas de los promotores: Proyecto Brainstorm (1983) y Greystoke, la leyenda de Tarzán, el rey de los monos (1984).

Las entradas salieron a la venta a 500 pesetas, se creó un pasacalles para animar a los visitantes del parque Tívoli a visitar la atracción, que estuvo abierta varios años”.
Aquellos veinteañeros se habían puesto el mundo (u otro planeta cualquiera, en este caso) por montera y habían invertido 12 millones “de las entonces pesetas” (que diría mi madre) en aquella aventura.
“Teníamos un contrato de alquiler de 4 años. Arrancamos con catorce trabajadores, un gerente, personal de mantenimiento, actores…A pesar de todo recuperamos la inversión y ésta generó algún beneficio”, me dice orgulloso, Bernardo.

También funcionó el parque que un empresario de Granada les pidió que le montasen uno en la ciudad de la Alhambra. Y allí que fueron los malagueños, que formaron a los artistas y ayudaron a abrir un UFO en Pedro Antonio de Alarcón.
Cuando le pregunto por lo que siente al ver el Tívoli cerrado, se lamenta: “Es una pena. Cuando fui concejal tuve contacto con las partes implicadas en el actual conflicto. Es una pena que no se llegue a un acuerdo. Todos deberían poner su granito de arena. Hay que darle solución al margen del redito político que se pueda obtener. Si se quiere, se puede”.