En estos días festivos de excesos gastronómicos en compañía de nuestros seres queridos, en ninguna mesa que se precie puede faltar un buen pan para rebañar esas deliciosas salsas que acompañan nuestros platos estrellas. Y quién se resiste a un mollete o un pitufo mañanero calentito tras una noche de desenfreno o por contra, para coger fuerzas y rendir al máximo en las últimas jornadas laborales del año… La cotidianidad de ir a comprar pan recién hecho a los benalmadenses nos viene cómo poco de la época romana (ya no sabemos si por aquel entonces pasaba como ahora, que no hay quien se resiste a probar un trocito antes de llegar a casa…).
En la actualidad el pan es un alimento de lo más común, pero nuestros ancestros romanos desarrollaron todo un culto en torno a su creación. Para ellos era un regalo divino. Tal y como ocurría con el garum fabricado en Torremuelle, el pan benalmadense también tenía su propia idiosincracia y su sello de panadero con el que cada obrador ponía su marca en los panes y pastelillos que salían del horno en festividades y ocasiones especiales.
La pieza fue hallada en la década de los 80, cuando en la costa se plantaron las palmeras que dan nombre a la avenida. Los jardineros se toparon con la sorpresa de un yacimiento romano y entre los materiales que quedaron al descubierto en las excavaciones realizadas por la Universidad de Málaga, se encontraba un sello de panadero de 3 centímetros de diámetro, que, probablemente fue de uso doméstico en tanto que en el yacimiento de Las Palmeras se localizó lo que debió ser parte del área lujosa de una villa (Benalroma) en la que viviría una poderosa familia romana.
El sello benalmadense está rodeado por una corona de laurel, semejante a la que se ponía Julio César, y en su centro la figura de un águila estampada y lo que parecen las letras D y N. En su reverso hay un botón que permitía sujetarlo y ejercer presión para marcar el pan con el dibujo. Estos sellos se utilizaban como moldes para panes destinados a ser consumidos en fiestas familiares, religiosas e incluso oficiales (como las que nos ocupan en estas fechas navideñas, aunque los romanos lo que celebraban eran las Saturnales, una festividad pagana en honor a Saturno, el dios de la agricultura y la cosecha, y que originalmente transcurrían entre el 17 y el 23 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno). Y, probablemente, el fin del sello hallado en nuestro municipio fuera para alguna fiesta oficial, ya que el águila representada se correspondería con el águila imperial, y las letras podrían hacer referencia a una abreviatura de D(omini) N(ostri) (Nuestro Señor, obviamente no en el sentido religioso).
El gremio de panaderos (colleqium siligiriorum) se fundó en Roma bajo el mandato de Augusto (27 a.C. a 14 d.C.) y después con Trajano consigue mayores privilegios (exención de impuestos) así como un reglamento de la profesión: era heredada obligatoriamente de padres a hijos. Al principio, los romanos iban rezagados en el tratamiento de los cereales para hacer pan y mientras ellos los trituraban en pilones, los egipcios, griegos y otros pueblos de oriente ya usaban molinos. Pronto se pusieron al día, mejoraron los molinos existentes, las máquinas de amasar, y los hornos de tal manera, que, hoy en día se denomina “horno romano” al horno de calentamiento directo. El pan también se convirtió en el alimento por excelencia de la población romana, tanto es así que hay constancia escrita de que los griegos se referían a ellos como “los comedores de pan”.
El valor del pan (panis) llegó a tener tanto peso en la sociedad romana que había un dicho referente a la estabilidad política y la paz ciudadana que exponía que para mantener contento al pueblo no debía faltarle ni el pan ni el circo (en definitiva, el alimento y las distracciones).
A la par que se extiende el consumo de pan y se establecen gremios a lo largo de todo el mundo, también empieza a florecer el trabajo de los molineros, llamados pistores -al ser un trabajo muy duro lo ejercían esclavos o condenados-, que, (en la época romana a la gente también le encantaba el chismorreo) parece ser que estaban siempre en boca de sus clientes por si menguaban las fanegas de trigo que llevaban a moler.
Sería ésta una de las razones por las que se empiezan a utilizar identificaciones en los panes. Hay que tener en cuenta que aunque en muchas casas se amasaba, el pan se cocía en un horno comunal, bien porque no todos los hogares disponían de horno o porque no salía rentable encenderlo a diario.
Para saber cuál pieza era de quién, se colocaban objetos sobre la bandejas, pero era fácil que se volcaran y perdieran la seña identificativa y fue así como se empiezan a hacer signos sobre los panes. Cada familia empezó a tener uno propio y así es como surgen los sellos de pan (signa pictoris, como dirían los romanos).
En Hispania hay multitud de hallazgos de este tipo de cuños, hechos en terracota frente a los encontrados en Pompeya (en cuyas ruinas se hallaron 34 panaderías y también hay constancia de la venta ambulante a través de libarri que eran esclavos libertos de confianza), que son en bronce y con el nombre del propietario. Todos comparten su forma circular, con una cara cóncava en la que hay una imagen figurada (de animales, divinidades, motivos vegetales, etc.), con un círculo concéntrico que rodea la pieza y ayuda a acotar la zona, mientras que la otra cara es lisa y convexa.
Suelen tener una medida estándar -entre los 5 hasta 17 cm de dimámetro por 2 a 5 cm de grosor- y se han encontrado sellos de panadero planos, abultados e inclusos cilíndricos para hacerlos rodar sobre el pan. En general suelen estar en negativo para que al imprimir la figura quede en relieve, aunque también hay piezas en positivo.
El sello panadero de Benalroma se expone junto a otras piezas de esa misma época en el Museo de arte precolombino Felipe Orlando en Benalmádena pueblo, dónde, después de siglos sin tocar un pan nos recuerda nuestra rica historia.
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