Hoy, 5 de mayo, se conmemora la liberación en 1945 del fatídico campo. Es interesante conocer que unos 10.000 republicanos españoles estuvieron prisioneros en los campos nazis. De ellos, unos 7.500 lo estuvieron en Mauthausen o en sus campos anexos. De los 1.500 andaluces prisioneros, 220 eran malagueños. De estos últimos, fueron asesinados en Mauthausen 160.
Hay una pregunta, que suele ser repetida, cuando uno da una charla a alumnos de institutos: «Oiga, si en la Segunda Guerra Mundial España fue neutral, ¿cómo es que hubo tantos españoles en campos de concentración alemanes?» Es una buena pregunta y responderla requiere, aunque sea brevemente, hacer una consideración previa de la situación política de aquel momento.
Empecemos por nuestro próximo, geográficamente hablando, episodio de la «La desbandá», ocurrida a primeros de febrero de 1937, en el que un número muy importante, pero difícil de cuantificar de población civil malagueña, (también de otras provincias), huyen andando en dirección a Almería, en unas dramáticas jornadas. Mientras huían, a lo largo de los doscientos kilómetros de carretera, fueron bombardeados por tierra, mar y aire por el ejército sublevado del general Franco. El número de víctimas, (recordamos, población civil), sin posibilidad de defensa, se estima en unas 5.000 personas.
Con el avance de las tropas rebeldes, muchos de estos huidos siguieron hacia el norte por las provincias levantinas.
A finales del año 1938 se produce el fatal desenlace de la batalla del Ebro, que supone la derrota total de la República. Unos 525.000 republicanos, entre militares y personal civil, (entre ellos, dos centenares de malagueños, que ya iban huyendo desde «La desbandá»), lo hacen ahora en dirección a Cataluña, para pasar a Francia por los distintos pasos fronterizos, muy especialmente, el de Le Perthus.
El enorme éxodo de refugiados republicanos colapsó las infraestructuras sociales del país vecino dando lugar a situaciones dantescas. Miles de hombres, ancianos, mujeres y niños tuvieron como único cobijo la arena de las playas del sureste francés, recibiendo, además, los improperios de la población con descalificativos como «indeseables». Miles de españoles optaron por enrolarse en «Compañías de trabajadores extranjeros, CTE» para realizar labores de infraestructura, civiles o militares.
Con la invasión nazi del país galo, miles de españoles trabajadores de las CTE fueron detenidos y llevados a campos de prisioneros de guerra («stalag»). De allí, pasarían a campos de concentración. La mayoría de españoles acabaron en Mauthausen o sus campos anexos (Gusen, principalmente). Otros miles de republicanos pudieron alistarse en las filas aliadas y luchar en la resistencia contra el ejército invasor alemán. A partir de 1943, gran parte de estos españoles también acabaron en Mauthausen.
Mauthausen era una pequeña población austriaca a 20 kilómetros de la importante ciudad de Linz. Dentro de las categorías de los campos nazis, estaba considerado como de «Grado III», es decir, un campo, no de trabajo, sino de exterminio que recibía a los prisioneros considerados como peligrosos, criminales irrecuperables, antisociales, o enemigos políticos del Reich. Los prisioneros viejos, mutilados, mujeres embarazadas, bebés y niños, eran llevados directamente a las cámaras de gas y de ahí a los hornos crematorios. Los hombres con capacidad de trabajar lo hacían en condiciones miserables que propiciaban el que tuvieran una esperanza de vida aproximada a los seis meses (exterminio por el trabajo).
Otra pregunta que invariablemente suele surgir en las charlas: «¿Y por qué a los españoles republicanos, los nazis los consideraban tan peligrosos?»
Buena pregunta. Cuando los alemanes comienzan a trasladar a los primeros prisioneros españoles a Mauthausen, dadas las buenas relaciones de amistad que tenían con la España de Franco (entre otras, recordemos que la Legión Cóndor alemana había ayudado a los sublevados a ganar la guerra), preguntan al gobierno español qué hacen con esos miles de republicanos prisioneros. Ante tan «incómoda» pregunta, y tras repetidos silencios de Franco, el Generalísimo, por medio de su ministro Serrano Suñer, acaba diciéndoles que esos prisioneros capturados por los alemanes no eran españoles. En definitiva, que podían hacer lo que creyeran conveniente con ellos. Es la causa por la que los prisioneros republicanos llevaban como distintivo en su ropa un triángulo de color azul (símbolo de los apátridas) y la «S» de «Spanier», español.
Para nuestra Historia reciente, resulta dramáticamente escandaloso que mientras esos miles de republicanos «apátridas» eran gaseados o morían asesinados, o por inanición, el Generalísimo envió a cerca de 50.000 soldados españoles (la División Azul) a pelear junto al ejército alemán. Como dijo Serrano Suñer, el ministro de Asuntos Exteriores: «La División Azul era un gesto de solidaridad absolutamente independiente de la entrada total y completa de España en la guerra como aliada del Eje, en el momento adecuado». Y, por supuesto, aquellos soldados iban con juramento de lealtad al Führer:«¿Juráis por vuestro honor de españoles absoluta obediencia a Hitler y combatir como valientes soldados dispuestos a dar vuestra vida por cumplir este juramento?».
Claro que sí, la «neutralidad» española estuvo muy clara desde el principio de la contienda mundial.
Una vez liberado el campo, los supervivientes españoles de Mauthausen tuvieron una nueva y dolorosa experiencia. Al finalizar la guerra, mientras los prisioneros de otros países eran reclamados y reconocidos como héroes, los españoles no tuvieron donde ir. Ni a la España de Franco, ni a ningún otro país. La mayoría acabaría residiendo en Francia, que, finalmente, los acogió. Comenzaba otro largo y doloroso destierro para ellos y sus familias, en muchos casos, desconocedoras del paradero de sus padres o hermanos.
Es de toda justicia honrar la memoria colectiva de los españoles prisioneros y asesinados en Mauthausen por su lucha pionera contra los fascismos, español y europeo y en defensa de la democracia y la libertad.
El sacrificio de aquellas vidas no puede quedar en la desmemoria, ni en el olvido interesado de muchos.
«Hemos aprendido a no ser neutrales en tiempo de crisis, porque la neutralidad siempre ayuda al agresor, no a la víctima» «La memoria puede ser nuestra única respuesta, nuestra única esperanza»
Elie Wiesel
José Manuel Portero ha sido profesional de la enseñanza. Como escritor tiene publicada una serie de tres novelas de género negro ambientadas en la Costa del Sol: El ángel negro, El dulce vuelo de las mariposas y El jardín de las cabezas cortadas, todas con el inspector Lino Ortega como protagonista. También tiene publicada una obra infantil, Pichú, y una colección de relatos, El baile de la tarántula. Su última obra, Nazis en la Costa del Sol, es un ensayo histórico que desvela cómo en esa zona del litoral español encontraron refugio y protección célebres figuras del régimen nazi.
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