Debo confesarlo. En el Benidorm Fest yo iba con Varry Brava y su tema Raffaella y me parecía una chorrada la propuesta de Chanel, con sus “nunca monetary” y sus “na-na-na” o “pa-pa-pa”. Pero, como San Pablo, me caí del caballo, y la verdad me fue revelada en forma de rotundas caderas en hipnótico movimiento. Todo mi ser vibraba con un ritmo: “na-na-na, pa-pa-pa”



Como acabé en Turín
Llamémosle Señor X y digamos que es político en un municipio costero español no muy lejano de Málaga. Un buen día, mientras manteníamos una simple y cordial charla, a uno de los dos se nos escapó que éramos eurofans. Estas cosas, en una época de apertura y de “yodigolosquemesaledelmismísimo” está mal vistas entre cierta parte del mundo heterosexual. Muchos de mis amigos se sorprenden y hacen burla de que me pueda gustar Linkin Park o cualquier banda de Heavy Metal y que todos los años me chupe como un bendito Eurovisión en la televisión. También me gusta OBK, por cierto, o Erasure y no pasa nada.
Todo hay que decirlo, antes era más fácil. Había dos canales (modo batallitas del abuelo activado) y una pantalla en cada casa, así que tocaba noche eurovisiva cada año. Hoy en día, con entretenimiento al alcance en cada teléfono inteligente (dicen), es más complicado que una familia con todos sus miembros aguante tres galas (contando semifinales y final) como una piña.
Pero bueno, que me pierdo. El Señor X soltó aquello de “¿y si vamos? ¿tú te vendrías?” y yo, desde el fondo de mi cuore dije que sí. Como cuando se dicen las cosas creyendo que luego no van a suceder y que por lo tanto ese “sí” no te compromete a nada.
Unos meses después, se creaba un grupo de güasap, de cuyo nombre no quiero acordarme, en el que me incluían. Uno de los primeros mensajes fue: “billete ida y vuelta Málaga-Milán: 78 euros”. Tras consultar mi capitidisminuida cuenta corriente, confirmé mi involucración con el proyecto. Estaba todo ready.
Como viví la experiencia
Tras un primer día paseando 20 kilómetros por Milán (habíamos desechado el pernoctar en Turín, más que nada por aquello de conservar ambos riñones), visita guiada incluida, viajamos tren a la ciudad que acogía este 2022 el festival de Eurovisión: Turín, Culla della libertà italiana (Cuna de la libertad italiana) y capital del Piamonte.



El grupo salvaje con el que viajaba incluía cargos municipales de un municipio costasoleño, un hiperactivo (y algo gafe) director de cortometrajes y una pizpireta rubia guía turística. Tras comer una pasta que haría llorar a los ángeles, nos dirigimos cargados con la energía del carbohidrato al Eurovillage, un recinto acotado para 7000 almas habilitado en el Parco del Valentino, bañado por las aguas del río Po.
Allí, frente a un escenario y varias pantallas gigantes (no mucho, la verdad) me dejé llevar en las siguientes horas por un tsunami de aceite eurovisivo.
Anecdotario
- Si en Londres a los españoles nos llaman la plaga, los italianos debieron pensar que los Habsburgo habían resucitado para volver a conquistar el Milenesado en una operación encubierta. Los españoles en el Eurovillage éramos una verdadera armada. El Señor X se colocó una bandera española a modo de capa de superhéroe y la interacción con todos los chanelistas (incluso con algún Bandinista tránsfuga) se multiplicó por mil.
- Creamos un código secreto, a modo de palabra de emergencia en prácticas sado-maso, para el caso en que alguno de nosotros viviese durante las horas en el Eurovillage, ofertas de intercambio de fluidos: “Tiene casa en Huelva”.
- Antes de que empezase el show televisivo, Public Enemy (sí, los de Fight The Power) se marcó un mini concierto sorpresa. Vuelve a leerlo… ¿ya? Sí, Public Enemy en el mismo show que vio nacer a Conchita Wurst.
- Pegué la hebra con tres chicas. Una en el tren, salmantina, que estaba haciendo el Erasmus en una universidad de pago en Turín. Muy maja y muy pija ella. Otra fue una italiana que se sentó junto a mí en el césped del Parco del Valentino. La conversación giró en torno a nuestras apuestas para los ganadores. La última fémina con la que hablé del festival fue una holandesa que era eurovisiva nivel pro. Llevaba en su maleta un par de modelitos-disfraces que (también era lista) le abrían las puertas a eventos en los que se busca el colorido y el frikerío tan presente en Eurovisión.



- El realizador gafe, poco eurofan él, se ofreció a ir a por cerveza y por unos bocadillos en cuanto se iniciase el festival, por aquello de que “estarían los puestos de comida menos concurridos”. Cuando empezó el show, cambió de idea y comentó que iría a por los bocadillos “cuando cante Chanel”. Unos cuantos países después de que la hispano-cubana nos hiciese a todos movernos con su doom, doom y con su boom, boom, al fin el cineasta se dirigió a los puestos de comida… donde ya no quedaba nada que llevarse a la boca. Volvió con un vaso de cerveza y otro de Coca-Cola. Vamos, que quedó como Alemania en la clasificación final. Luego intentó arreglarlo, cuando abandonó el recinto hastiado de talento eurovisivo y nos esperó a los verdaderamente leales en una galería turinesa. Allí intentó calmar mi ira estomacal con una triste foccacia que, a juzgar por el aspecto y el olor, se había cocinado en el horno en tiempos de Garibaldi.
- El público, sentado sobre el césped del parque, decidió levantarse para bailar con los noruegos de Subwoolfer y su Give That Wolf A Banana y ya no paró.
- El momento de la actuación de Chanel fue pura catarsis que nos drives you loco. Las banderas españolas ondeaban por todo el parque. Incluso una republicana. La gente bailó y se desgañitó en lo que parecía un gigantesco anuncio de Maskom hecho para vender sLOMO en manteca. Chanel Terrero clavó cada nota y meneó las caderas incrustándose en mi mente e imagino que en la de mis compañeros de viaje.
- Tras disfrutar de los lobos comedores de banana, del folk ucraniano con reivindicación-protesta, de una Serbia que se lavaba las manos en una palangana (y yo, esperando a que la liase parda lavándose otra cosa ante el público), el aburrido representante de Suiza que seguramente no sabía ni él mismo como acabó allí, el supervillano que presentó Australia, empezó la votación. Silencio en la sala, que mi abuela está mala.
- Cuando el primer voto del jurado dio doce puntos a la mami, un berrido ibérico rompió la noche turinesa. Con el siguiente país en votar y otros doce puntos para los rojigualdas, nos miramos sorprendidos el Señor X y yo. Cuando los terceros en votar soltaron lo de “twelve points go to…SPAIN”, me miró y me dijo “¿Te imaginas que ganamos?”. Nos habíamos quedado totalmente picuetos.

- Justo detrás de nosotros había una nutrida representación del UK, por lo que se nos rompía el cuello cada vez que ellos nos sobrepasaban en votos y nos dábamos la enhorabuena mutuamente, aunque en nuestro caso con un gran “Gibraltar español” en los labios que nunca nos atrevimos a pronunciar. Yo conocía a Sam Ryder por tiktoker, pero no por cantante.
- El tercer puesto de Chanel (ya dejaba claro ella que nunca secondary) nos supo a primero.

Cargados de buena vibra salimos de aquel enorme parque para ocupar uno más pequeño frente a la estación de trenes de Turín. Y es que, al precio estratosférico de apartamentos u hoteles en Turín, se sumaba el hecho de que no se hubiese extendido el horario de trenes hacia Milán al horario nocturno. Nos tocó pasar unas cuantas horas hasta la madrugada, para poder volver en tren (dos horas) a nuestra base de operaciones milanesa. Allí, ducha, siesta de un par de horas, check out, visita a museos y bus para Malpensa, que (no se confundan señora’ y señore’) había que volver a Málaga.