Benalmádena es una ciudad de encuentro cultural en la que en la actualidad conviven más de 130 nacionalidades. Su hospitalidad con el turista le viene de antiguo, al igual que el gusto de éste por quedarse a vivir en nuestro municipio.
En concreto, de hace poco menos de 2.900 años atrás, cuando la población local asentada en el Cerro de la Era inició una fructífera relación de enriquecimiento mutuo con los fenicios, un encuentro que a nuestros ancestros les propició un cambio radical de vida, viró sus tradiciones, su urbanismo, su gastronomía, hasta que terminaron por convertirse en mediterráneos de pro.




Aquellos primeros ‘turistas’ acabaron asentándose entre nosotros, impulsando la creación de nuestra primera ciudad estructurada y nuestras primeras industrias.
La huella fenicia en Benalmádena, aunque esté a buen recaudo bajo tierra, es imborrable y nos marca incluso en nuestros días. El investigador del Área de Prehistoria de la Universidad de Málaga, José Suárez, nos explica como en Benalmádena pasamos de vivir en cabañas a conocer la escritura, el torno de alfarero, tratar el hierro de nuestras minas en hornos a elevadas temperaturas, conservar pescado o descubrir el vino (¡cómo lo oyes! antes de llegar ellos, se hacían bebidas parecidas a la cerveza, pero el vino como tal, aquí no existía).

Para entrar en contexto, recordar que Fenicia era un conjunto de ciudades pequeñas cuyos habitantes vivían del comercio marítimo y de industrias relacionadas con éste, en centros de gran actividad como eran Tiro, Sidón y Biblos. Sus barcos recorrían los puertos hispanos, griegos y turcos en busca de alimentos o materiales preciosos que se pudieran comerciar para convertirlos en monedas de plata.

Según los historiadores consultados, eran descendientes de los cananeos, un pueblo situado en la actual Palestina y parece ser que fueron los primeros que apostaron por cultivar la vid y llevar el vino de un rincón a otro, para que se expandiera por toda Europa.
Este gusto por el mar y su vocación comercial fue quizás más una imposición que una elección, pues su tierra no era muy fértil y se las tuvieron que idear para prosperar (ya lo decía el historiador griego Heródoto, “los fenicios fueron un pueblo cuya geografía lo arrojó al mar”).

Los fenicios no eran de meterse en guerras, ni conquistas. Eran más amantes del trueque que de la batalla. Y es que, como nos explica Suárez, el proyecto fenicio se basaba en establecer relaciones con el mundo local que se iban encontrando en sus expediciones. Era un modelo totalmente comercial y de beneficio mutuo (como diría mi abuela: ni para ti, ni para mí). “Si en el Cerro de la Era, la comunidad local no hubiera sido receptiva se hubieran ido”, asegura el investigador.
Por cierto, en nuestra charla con Suárez nos comenta que es muy probable que nuestros antepasados de la Era vinieran de Coín. Se sabe que las poblaciones de la edad del Bronce vivían en zonas de interior y que existió una más antigua que la nuestra en el Llano de la Virgen de Coín. Podría ser que cuando los fenicios llegaron a la Bahía de Málaga, aquellos coínos viajaran a través del paso natural de la Sierra de Mijas hasta Arroyo de la Miel y decidieran asentarse en el Cerro de la Era, cerca de la costa. Eso sí, nos quedará siempre la duda de dónde vinieron esos primeros indígenas que fundaron aquel primitivo asentamiento de Coín…
Sea como fuere, según algunos de los restos arqueológicos hallados en Arroyo de la Miel, el asentamiento originario recuerda más a lo que era habitual al final de la Prehistoria: edificios circulares, con planta oval tipo cabaña y bastante dispersos. Todo muy típico de aquella época.

En aquel entonces, ya había presencia fenicia en lo que se conoce como el yacimiento de La Rebanadilla, ubicado justo debajo de la segunda pista del Aeropuerto de Málaga y que por aquel entonces era un islote. Allí han aparecido restos de lo que pudo ser un santuario fenicio, así como otros muchos atribuidos a las comunidades locales, personas del final de la Edad del Bronce que, como nos explicaba Suárez, mantenían relaciones comerciales o económicas con los fenicios.
Muy cerca de éste se encuentra el yacimiento del Cerro del Villar, que sería otro islote del estuario del Guadalhorce, pero que acogía un asentamiento mucho más consolidado, con una estructura urbana moderna.
En fin, que visto lo visto, era cuestión de tiempo que aquellos extranjeros visitasen Benalmádena.

En nuestro municipio, al principio convivieron ambas culturas. En la Era habría quien seguía en su cabaña y quien empezaba a copiar la arquitectura fenicia, con casas divididas en habitaciones, de planta rectangular. En poco tiempo, el asentamiento empezó a dividirse en calles e incluso había edificios de distinta entidad y uso más allá del habitacional, como tiendas o talleres.
No hubo que esperar mucho para que nuestro poblado se rindiera por completo a la comodidad y calidad de vida que le brindaba el urbanismo de tradición oriental, e incluso a sus supersticiones de poner conchas en los suelos para proteger la casa y su interior (y es que, si te pones a imaginar, debió de ser como pasar de vivir en un estudio a un piso de varias habitaciones, así que no es de extrañar la celeridad que se dieron nuestros antepasados en sucumbir al novedoso bienestar doméstico). Además, aquellos benalmadenses cada vez tenían más hijos, pues las relaciones económicas con los extranjeros fenicios demandaban cada vez de más mano de obra y nuestro poblado, que salía gratamente beneficiado, tuvo que hacer por ampliar su población local.

Los investigadores ya descubrieron en la década de los 60 que parte del Cerro de la Era, -que estuvo 500 años habitado-, se había destruido y, aunque es difícil de calcular, pues hasta el momento no se ha llegado ni a individualizar una vivienda, intuyen que como mínimo se extendería en una hectárea en la que sus moradores, sin duda, aprovecharían mucho el espacio.
Los fenicios llegaron a establecer colonias y factorías en prácticamente todos los países ribereños del Mediterráneo y de hecho, sirvieron de enlace entre las grandes civilizaciones antiguas de Oriente y los pueblos del Occidente.
Este pueblo vendía en Grecia, en Italia, en Egipto y en todas las costas bañadas por el Mediterráneo donde les quisieran comprar tejidos teñidos de púrpura (que era su producto estrella ya que tenían el monopolio. Lo obtenían de las glándulas de un caracol parecido a la cañadilla o cañaílla, -¡qué ricas están…!-, y necesitaban 12.000 caracoles para obtener solo 1,4 gramos del producto), maderas finas, plata, incienso, pescados en salazón, seda de China o mirra de Arabia.

Así que aquí en Benalmádena, -una tierra tan rica, con montaña, playa y un clima envidiable-, rápidamente vieron un filón y montaron lo que ahora llamaríamos polígono industrial. Instauraron la industria de los salazones para conservar pescado y comercializarlo en zonas de interior (como curiosidad, se han hallado restos espinas de sardinas de aquella época en Granada), enseñaron a sacar partido de los minerales autóctonos e incluso tratarlos en metalurgias, les pusieron al día en la elaboración de artesanía y vasijas de barro (porque eran como ahora para nosotros el plástico, todo se envasaba ahí) e iniciaron la plantación de uva, su cosecha y posterior elaboración de vino de nuestra tierra.
En este punto, Suárez nos cuenta que las especies locales no desarrollaban una uva de las características que permiten obtener vino, por lo que de Oriente llegan cepas que se injertan con las de Benalmádena para producir un vino de calidad (¿serían estos los albores del Pedro Ximénez?, vete tú a saber…).
Durante siglos, los fenicios abastecieron de vino al país vecino de Egipto, donde los faraones y sus sirvientes lo empleaban en los grandes banquetes, y también fue un artículo clave en sus activos intercambios comerciales con las incipientes ciudades-estado griegas.
Como podéis comprobar hay un hilo que se extiende entre todas las naciones mediterráneas, que se deriva de las diversas historias, culturas e idiomas que comparten, pero a la vez están interconectadas y se superponen gracias a los fenicios. No en vano, el Mediterráneo es “el mar entre las tierras”, y los fenicios, señores del Mediterráneo, hicieron posible un intercambio económico y cultural sin precedentes entre los pueblos de Oriente y Occidente, en el que Benalmádena también tuvo su protagonismo y como prueba de ello, está el Cerro de la Era, que pacientemente espera la inversión pública necesaria para continuar contándonos nuestra historia.
Agradecer a José Suárez, doctor en Historia e investigador del Área de Prehistoria de la Universidad de Málaga, su guía y ayuda en la elaboración de este artículo.
SABER MÁS: El miércoles 22 de febrero, Suárez disertará en la Casa de la Cultura sobre Indígeneas y fenicios en Benalmádena hace 2900 años. Es a las 19.00 horas y la entrada es libre hasta completar aforo.
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