Tras la celebración de las elecciones municipales, Benalmádena cambia de gobierno con un nuevo alcalde, pero, ¿quién fue el primero que tuvo nuestro municipio? Para responder a esta pregunta tenemos que viajar a la reconquista de Benalmádena por parte de los ejércitos cristianos, al mando del rey Enrique IV, que se produce en el año 1456 con la consiguiente destrucción de todo cuanto se encontraron a su paso. De hecho, muchos vecinos de Benalmádena se refugian en Mijas para posteriormente tratar de reconstruir parte de lo que fue su pueblo, que vuelve a ser destruido en 1485, esta vez por las tropas de Fernando el Católico.
Sería el 8 de noviembre de 1491, cuando aparece en escena nuestro primer alcalde: el ecijano Alonso Palmero. Los Reyes Católicos le entregaron una carta de privilegios y le encargaron el cometido de repoblar Benalmádena. Una treintena de familias fueron las elegidas para cumplir los designios reales, y así se inició el reparto de las fanegas que formaban el municipio.
En concreto, las crónicas de la época señalan que fue un viernes 17 de febrero de 1493 cuando Palmero entra en Benalmádena, «con mujer, hijos y ajuar de casa». Según narra Gámir Sandoval en su obra Organización de la defensa de la costa del Reino de Granada desde su conquista hasta finales del siglo XV, el primer alcalde de Benalmádena tiene de plazo dos años para lograr repoblar nuestro municipio, un trabajo por el que recibirá treinta mil maravedíes anuales.
Como mínimo, debía construir la villa y su castillo, y por supuesto, defenderla de todo peligro, especialmente del que provenga de la mar. En el castillo de Benalmádena, que estaba derruido, debía reparar las cinco torres y sus bóvedas, levantar los adarves y construir la casa en la que viviría con su familia, así como levantar un torreón nuevo en el arrabal en la muralla que rodeaba a Benalmádena y junto a él, una entrada (se especifica, por algo sería, que con su puerta) y otra torre sobre la puerta que sale a la sierra.
En vistas a las exigencias reales, Palmero tenía una ardua tarea por delante y aunque aceptó las condiciones que conllevaba su cargo de alcalde, parece que, como viene siendo común a lo largo de los siglos, no le dio tiempo de culminar todo a lo que se comprometió. A su favor, hay que resaltar que los acontecimientos que se sucedieron a lo largo de los años de su mandato no le pusieron nada fácil su tarea. La inseguridad de la costa y el asedio de los piratas (que además de llevarse todo lo que había que era bien poco, secuestraban a los vecinos para venderlos como esclavos), las sequías e incluso las disputas por el reparto de tierra, provocaron que muchos de aquellos primeros benalmadenses se arrepintieran de su cambio de domicilio y a la primera oportunidad, se fueran a buscar fortuna a otro municipio.
De hecho, según narra Bejarano Pérez, Rafael, en el Repartimiento de Benalmádena y Arroyo de la Miel, el primer intento de Palmero para repoblar Benalmádena fue un fracaso. Parece ser que, al contemplar la desolación de un montón de ruinas, que era por aquel entonces el paisaje en nuestro municipio, a todas las familias que iban llegado se les quitaban de golpe las ganas de comenzar aquí su nueva vida y, la mayoría prefería buscar un lugar más propicio para echar raíces.
Sin embargo, el alcalde Palmero no ceja en su empeño de atraer vecinos y en diciembre de ese mismo año, cumple con el requisito de los treinta vecinos solicitados por los reyes. Parecía que, pese a la dureza de la vida en aquella Benalmádena, al menos había logrado el domicilio estable de aquellas familias, pero la naturaleza le dio un nuevo varapalo a aquel primer regidor benalmadense y en 1494 se produce un terremoto que no deja ni una sola casa en pie, y que provoca la huida de casi todos aquellos vecinos.
Palmero no desiste y vuelve a buscar familias para cubrir el cupo de los treinta requeridos, una tarea que tardará en completar, esta vez, cinco años. Éste no fue el último reclutamiento, pues el reparto de tierras también dio problemas (incluso hubo asesinatos), también hubo un maremoto, y hasta el propio secretario real, Hernando de Zafra, tuvo que enfrascarse en la búsqueda de nuevas familias para que vinieran a vivir a Benalmádena.
El primer alcalde cristiano, Alonso Palmero, falleció en 1496, como decíamos, sin llegar a completar la repoblación que se le había encargado ni las obras comprometidas en nuestro municipio, salvo la construcción de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán. La realizó sin reutilizar la mezquita, a diferencia de otros pueblos, pero, por cierto, no es la que podemos visitar en la actualidad, pues la original la destruyó un terremoto.
En su testamento nombra a su hijo Melchor Palmero como sucesor, pero como vivía en Burgos, mientras se trasladaba a Benalmádena quedó de teniente de alcalde su cuñado, Juan de Villaldo. Melchor Palmero dimitiría de su cargo en 1512 y tras él se abre una etapa llena de intrigas, desolación, nuevas renuncias al cargo de alcalde, la huida de los vecinos a otras localidades por la inseguridad de la costa a merced de la piratería y la sospecha de que el dinero que llegaba para la reparación de la fortaleza era gastado por los regidores “en otros asuntos”, las malas cosechas con motivo de la sequía o la epidemia del moquillo de Málaga, que hizo estragos a lo largo de casi medio siglo.
Como ven aquel primer alcalde no lo tuvo fácil. Hoy podemos visitar su escultura en la plaza de los Castillejos en Benalmádena Pueblo. Fundida en bronce, mide 2,2 metros y pesa 350 kilos, porta una vara y una herramienta «para contar las fanegas de tierra», así como indumentaria de la época y es obra del artista Francisco Javier Galán, quien también es autor las esculturas de Ibn Al Baytar y Félix Solesio.
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