jueves, diciembre 12, 2024
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El horno alfarero de Benalroma, un viaje al próspero pasado romano de Benalmádena

Las ánforas eran para nuestros ancestros romanos tan comunes como las garrafas de plástico para nosotros. Eso sí, con la salvedad de que ellos no las usaban solo para transportar o conservar líquidos, sino que en ellas metían de todo.

No fueron los primeros en usarlas pues los pueblos egeos de la isla de Creta ya empleaban las ánforas para almacenar y transportar alimentos de forma regular. Fue después de ellos, cuando griegos y romanos adoptaron esta solución y la estandarizaron para el transporte de mercancías por mar. Así, se empleaban para el comercio de pescado, frutos como las aceitunas o las uvas, cereales o alimentos líquidos como el aceite de oliva, salsas de pescados y, por supuesto, el vino.

Son muchos los investigadores que coinciden en que fueron los romanos quienes más perfeccionaron el ánfora como recipiente para el transporte del vino y aceite (después para salazones y su salsa estrella: el garum, que por cierto, fabricaban en Torremuelle y Benalroma junto a salazones). Durante siglos comerciaron con estos preciados líquidos y los transportaron por mar a los rincones más remotos, dentro y fuera del Imperio. Las ánforas podían presentar diferentes formas, según su contenido y medidas; desde los treinta centímetros de las ánforas más pequeñas, hasta el metro y medio de las más grandes.

En cuanto a la forma del recipiente, esta tampoco era casual, sino que estaba diseñada para favorecer el transporte por barco. Para empezar por las dos asas, que dan origen al nombre del recipiente (ánfora: del griego /ámphoreus/ «portar por ambos lados») y que permitían asirlas para moverlas entre una o dos personas, o sujetarlas con cuerdas u otros útiles a bordo de las naves.

Interior de un barco romano repleto de ánforas. Foto: Ministerio Cultura y Deportes.

Las ánforas romanas, además, evolucionaron desde la forma más ancha y regular de las griegas, hacia una morfología más estilizada, presentando cuellos mucho más estrechos para evitar derramamientos y la entrada de aire. Asimismo, las bases de las ánforas romanas también servían a una doble utilidad específica que favorecía el transporte: por un lado, la forma era similar a la de una cúpula invertida, lo que dotaba a las ánforas de una especial resistencia a las fuerzas y presiones que debían experimentar durante las travesías; por otro, el final puntiagudo permitía que las ánforas fueran clavadas en la arena de las playas, pudiendo ser colocadas en disposición vertical antes de subirlas a los barcos o durante las posteriores descargas. Durante el viaje, eran colocadas en el interior de las bodegas de los barcos sobre unos soportes específicos que permitían su transporte en vertical durante largas travesías.

Las ánforas, además, son uno de los mejores indicadores de la economía de la antigüedad y su valor histórico-arqueológico es enorme como testigos y evidencia material de la producción de alimentos, su envasado y su comercio. Y nos dan testimonio de la coordinación que los romanos lograron establecer y que redundó en la prosperidad de su Imperio, además de comportarse como una especie de mapa que descubre rutas de transporte casi desconocidas hasta no hace mucho tiempo. ¿Y esto por qué? Pues porque en ellas había inscripciones parecidas a las etiquetas que usamos actualmente, que informaban de donde procedían, el nombre del comerciante e incluso el peso y la tara. Así que con estas pistas podemos saber desde dónde las trasladaban y en qué zona las fabricaban pues primero el alfarero la firmaba (hay unos muy curiosos denominados in planta pedis, que son como una huella de pie con el nombre del alfarero dentro ¡Eso sí que era marketing!) y después, el comerciante añadía (normalmente con pintura) su marca y distinta información sobre el producto en sí.

En Benalmádena, hasta el momento no hay constancia de ninguna de estas inscripciones en las ánforas encontradas, lo que no significa que no hubieran existido sino tan solo que no han perdurado en el tiempo.

El complejo industrial de la villa romana de Benalroma conserva restos de un horno alfarero que se usaba para cocer principalmente ánforas, que servían para envasar, conservar y transportar las salazones de pescado producidos en la factoría.

Igualmente, el horno se utilizaba para la fabricación de cerámicas con uso doméstico. Y es que, desde su nacimiento hasta su muerte cada habitante de aquel mundo romano benalmadense precisaba para todas las actividades de su vida diaria, de manera directa o indirecta, cerámicas de todo tipo. Su presencia en la vida cotidiana era tan constante como el plástico lo es en la nuestra.

Tan vasto mercado condujo a una ingente y permanente demanda provocando que la actividad alfarera llegara a ser la mayor industria manufacturera de la época e incluso las legiones romanas disponían de sus propios talleres, lo que supuso también una gran pluralidad de producciones militares.

La cerámica romana esconde un vasto universo de producciones de muy diversas procedencias, categorías, técnicas y zonas de comercialización o difusión y dada la amplitud del Imperio, se pueden ver claras influencias en la elaboración de los productos. Respecto a la cerámica doméstica, en nuestro horno alfarero se pudieron cocer desde modestas producciones locales fruto de artesanos anónimos que surtían una demanda muy próxima hasta lujosas y sofisticadas vajillas con influencias helenísticas y orientales (aunque, según los arqueólogos consultados, parece que eran más aficionados a hacer copias de las que se originaban en el norte de África, que era lo que estaba de moda en las mesas de aquella época. Hablando claro, en este sentido eran más tipo bazar oriental que La Cartuja de Sevilla).

En Benalmádena, desde donde se exportaba aceite, salazones y el tan preciado garum, no es de extrañar que hubiera más de un horno alfarero, de hecho sería lo más probable (pero todavía no los han descubierto, así que habrá que estar atentos que ahora hay mucha obra en la zona).

Sobre el que tenemos constancia, está fechado en el siglo III d.C. y puede verse parte del praefurnium (un ingenioso sistema de calor artificial) y la cámara de combustión, que se completaría con los elementos constructivos característicos de estas estructuras industriales: como el pilar central, la parrilla y sobre esta se localizaría la cámara de cocción cerrada en cúpula.

Quizás lo mejor sea que lo veas tu mismo en el Centro de Historia (y también puedes visitar en la Casa de la Cultura la exposición Las villas romanas de Benalmádena, donde te contarán más curiosidades sobre nuestros antepasados romanos).

Si quieres ver algunas de las ánforas romanas halladas en Benalmádena puedes visitar gratis el Museo de Arte Precolombino Felipe Orlando de Benalmádena Pueblo, en que se custodian las vasijas altoimperiales de los siglos I y II d. C. en las que los romanos transportaban salazones y garum. Estas vasijas pudieran haber salido de nuestro horno y fueron localizadas en aguas cercanas al fondeadero de Torremuelle.

La única ánfora del museo benalmadense, encontrada en nuestro municipio, que no es de época romana es la que te mostramos en la imagen a continuación. Se trata de una vasija púnica (siglos IV-III a. C.) que se halló en la zona arqueológica subacuática de Laja Bermeja, cerca del puerto deportivo.

Las ánforas eran cascos sin retorno, porque en los viajes de vuelta resultaba más rentable transportar productos elaborados. ¿Y qué hacían los romanos con tanta vasija? Las tiraban, pero en vez de hacerlo en cualquier lado, como pasa en nuestros días con el plástico (qué hasta en el Ártico han encontrado restos procedentes de España, ¡vaya tela!), ellos las amontaban en vertederos de ánforas.

De hecho, se dice que la recogida selectiva de residuos comenzó en Roma y como prueba de ello está el monte Testaccio, una colina artificial de una altura de 50 metros y una base de 22.000 metros cuadrados construida con los restos de 25 millones de ánforas en las que se transportaba, sobre todo, el aceite de oliva desde Hispania hasta la urbe.
Este vertedero de ánforas, como éstas llevaban su sello de origen con el contenido y el vendedor, es hoy una gigantesca y ordenada base de datos histórica del comercio en tiempos romanos.

Y estos montes de residuos (los científicos españoles son los que más lo han estudiado el de Testaccio) minimizaron su crecimiento porque los romanos se pasaron del ánfora al barril de roble. La razón es lógica pues, si nos ponemos a pensar, para el transporte naval las ánforas eran el recipiente adecuado, pero para el transporte terrestre su forma no facilitaba el traslado en carros (que tenía que ser una auténtica pesadilla).

Fue a mediados del siglo I a.C. (la República romana sometió la Galia), cuando conocieron la forma en la que los galos almacenaban y transportaban la cerveza: en barriles de roble. Y, como dice el refrán: donde fueres, haz lo que vieres, las legiones romanas no se lo pensaron y adoptaron las barricas de roble para transportar líquidos, sobre todo vino, pues no había color en comparación a las incómodas ánforas. Pesaban menos, eran más fáciles de transportar porque rodaban, en Europa había mogollón de robles que talar y cuya madera se dobla sin muchas complicaciones y además, se dieron cuenta de que los vinos que trasladaban a largas distancias en los barriles de roble mejoraban en sabor cuando llegaban a su destino. ¡Todo ventajas!

Si quieres conocer más sobre la historia romana de Benalmádena te aconsejamos estos artículos de nuestra sección Descubre Benalmádena (Benalroma, villa romana de disfrute y trabajo junto al mar y Garum: la delicatesse que se fabricaba en Torremuelle y volvía locatis a los romanos) y por supuesto, tienes que pasarte por el Centro de Historia, (está junto a Los Molinillos, en la costa, y ¡es gratis!) que se asienta precisamente en los restos arqueológicos de Benalroma (una maravilla que podrás ver en vivo y en directo en la zona industrial de la Villa romana) y que justo ahora acoge una exposición sobre las villas romanas en nuestro municipio. Y si te pica aun más la curiosidad sobre las ánforas romanas, visita la Biblioteca Arroyo de la Miel (queda muy cerca del Centro de Historia) y revisa el primer premio de investigación Niña de Benalmádena Aproximación al estudio de la ánforas prerromanas y romanas de Benalmádena (siglos IV a. C-VII d. C.) de Gonzalo Pineda de las Infantas Beato y si las quieres ver, están en el Museo de Arte Precolombino Felipe Orlando de Benalmádena Pueblo (que también es gratis). ¡Si te apasiona la historia de Benalmádena, ya tienes plan!

  • Si eres profe, te dejamos esta plantilla del Museo Nacional de Arqueología Subacuática para que puedas trabajar en clase el tema con tu alumnado: AQUÍ
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