jueves, septiembre 12, 2024
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El Marqués de Sade (2ª parte)

Las obras de Donatien Alphonse François de Sade —como en tantas ocasiones— sobrevivieron gracias al deseo de numerosos lectores dispuestos secretamente a su conservación. Eran las obras de un autor considerado maldito y del que, clandestinamente y a pesar de las amenazas, circularon cual furtivos delincuentes durante todo el siglo XIX y parte del XX. Hoy es reconocida su influencia en escritores como Dostoyevski, Flaubert o Apollinaire, quien rescatara su obra de los oscuros archivos de La Biblioteca Nacional de Francia, alcanzando a decir que Sade llegó a ser «el espíritu más libre que jamás ha existido».

  Apenas habían transcurrido veinte años de la muerte de Donatien cuando en 1834, en los diccionarios de varios idiomas se incorpora la palabra sadismo. La Real Academia Española nos lo define como: «Perversión sexual de quien provoca su propia excitación cometiendo actos de crueldad en otra persona».

          En los textos del marqués, se recalcaba que «la verdadera sabiduría consistía infinitamente más en doblar la suma de los placeres que en multiplicar la de las penas». Dos son las prioridades —acaso podríamos llamar desvelos— que definieron su trayectoria literaria: un anticlericalismo radical y la expresión de una depravación sexual oculta socialmente bajo el cinismo de la doble moral. Entre abundantes, veamos dos ejemplos: 

«LA VERDAD», datada en 1787

La idea de Dios no nace de los hombres excepto cuando lloran o esperan algo. Es en esto que se basa la unanimidad de todos los seres humanos en esta quimera. El hombre, universalmente desgraciado, ha tenido siempre motivos de dolor y esperanza y tanto invoca la causa que lo atormenta como espera el fin de sus males. Al invocar al ser que se supone es la causa de ambos, ignorante de que el mal inherente a su vida tiene causa en su misma existencia, crea las quimeras ante las cuales renuncia al estudio y la experiencia que le hicieran sentir la inutilidad de sus fantasmas.

«JUSTINE O LOS INFORTUNIOS DE LA VIRTUD», datada también en 1787

          Así se explica la joven Justine:

…Una tercera muchacha, arrodillada delante de él, le excita con la mano, y una cuarta, totalmente desnuda, le señala con los dedos, encima de mi cuerpo, donde debe pegarme. Insensiblemente esta joven me masturba a mí, y lo que ella me hace, Antonin, con cada una de sus manos, lo hace igualmente a derecha e izquierda a las otras dos jóvenes. Imposible imaginar los disparates, los discursos obscenos con que se excita el depravado, alcanzando finalmente el estado que desea. Le conducen a mí, todas le siguen, todas intentan inflamarle mientras se dispone a gozar, dejando totalmente al desnudo sus partes posteriores. Omphale [1], que se apodera de ellas, no omite nada para excitarlas: frotes, besos, masturbaciones, lo hace todo. Antonin encendido se precipita sobre mí…

          Octavio Paz, convencido de la tropelía histórica y lingüística cometida con El Marqués de Sade, escribió en 1949 un poema a él dedicado.

«El PRISIONERO»

No te has desvanecido,

las letras de tu nombre son todavía una cicatriz que no se cierra,

un tatuaje de infamia sobre ciertas frentes.

Cometa de pesada y rutilante cola dialéctica,

atraviesas el siglo diecinueve

con una granada de verdad en la mano

y estallas al llegar a nuestra época.

…/…

La sexualidad es una manifestación dimensional y emocional a la vez que multicultural. Muchos fueron los patriarcas del Antiguo Testamento que practicaron la poligamia; Abraham, David, Jacob, Salomón…, mantuvieron varias esposas. En la Biblia queda recogido que el rey Salomón tuvo 700 esposas y 300 concubinas.[2] Actualmente en algunos países árabes la poligamia le está permitida al hombre con hasta cuatro esposas, siempre que esté en condiciones de mantenerlas. También, basados en el Antiguo Testamento, los mormones ejercen esta modalidad social. Y, referido a la fidelidad, en el Éxodo (XX, 14) se especifica la prohibición del adulterio, «…no pecarás con la mujer de tu prójimo ni te contaminarás con tal unión». En algunos lugares aún hoy se practica la lapidación a las mujeres infieles, independientemente del número de esposas del marido.

La sexualidad y sus variables: la homosexualidad, la heterosexualidad, el erotismo, la pornografía, la masturbación, el placer…; también en sus estructuras sociales: la monogamia, la poligamia, las concubinas, el patriarcado…, a lo largo de la historia han evolucionado con disparidad de criterios. Para las autoridades, sean eclesiásticas, o civiles, allí donde de una u otra manera «al alimón» se reparten el poder entre el clero y los gobernantes, en su casi infinito repertorio de causas censurables, el sexo ha sido y es una de sus mayores obsesiones. Los esfuerzos tanto argumentales como de obligada persuasión para dictar normas y usos han tenido tal arraigo a lo largo de los siglos que, hoy es casi imposible ejercer determinadas prácticas sexuales sin estar nuestro subconsciente condicionado por los dictados, sean estos éticos o sociales. Dudo de la existencia de un tabú —impuesto por imperativo de dogma— más omnipresente en nuestras vidas. Y el caso es que, quizás como reflejo de la misma sociedad en reacción al conformismo, como dos caras de una misma moneda —el Yin y el Yangen su complemento—, la literatura y sus múltiples corrientes, en la medida de lo posible y no siempre exenta de dificultades, nos ha ayudado a subvertir una ortodoxia decimonónica.

Quizás y para más adelante, no estaría de más referenciar algunos pormenores de la preciosa novela de D.H. Lawrence: “El amante de Lady Chatterley”; en especial, aquellos trazos de denuncia de la doble moral vitoriana de los siglos XIX y XX, aún hoy existente en numerosos lugares, no solo del Reino Unido.


[1] Ejercía de instructora ante las chicas novatas.

[2] La Biblia, Reina-Valera 1909/1 Reyes/11


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