martes, diciembre 10, 2024
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La ‘Nabka’, historia inacabada de una catástrofe

La situación de los judíos en Europa al terminar la II Guerra Mundial (1939-45) y el holocausto nazi, pasó a engrosar la enorme masa de desplazados y refugiados que protagonizaron ingentes desplazamientos para volver a sus hogares o para conseguir nuevos reasentamientos. En 1947, la UNRRA (Administración de Socorro y Rehabilitación de las Naciones Unidas), y la IRO (Organización internacional para los Refugiados) tenían en funcionamiento en Alemania más de 700 campos y centros de atención a refugiados, entre los que se encontraban, a veces mezclados, los judíos con sus propios perseguidores, hasta que en 1945 el presidente norteamericano Harry S. Truman (1884-1972) dispuso que fueran tratados de forma aislada porque “ello suponía no reconocer la atroz represión de que habían sido objeto”.

Casi un millón de ellos se trasladaron a EEUU, Canadá y Australia, pero muchos otros, la mayoría, se trasladaron a Palestina, en donde el sionismo venía fraguando desde finales del siglo XIX la instauración de una nueva patria en la que tuvieran su asiento los judíos desperdigados por la diáspora durante los dos últimos siglos.

Palestina era la antigua Canaán, tierra prometida por Dios a los judíos, según la Biblia, libro conductor de su ideología, y de donde la hambruna les había obligado a huir para caer en la dominación de los faraones egipcios y a la que volvieron, tras errar durante 40 años por el desierto del Sinaí, y a la que arribaron y en la que se asentaron después de eliminar y expulsar a todos sus ocupantes. Todo ello está muy bien salvo porque la arqueología moderna no ha podido constatar la existencia de ningún tipo de invasión, más bien una convivencia entre cananeos e israelitas. Más adelante con la colonización romana y la destrucción del templo en el año 70 d. C., la diáspora judía fue un hecho, pero la añoranza de la tierra prometida y la promesa de su vuelta se mantuvieron por encima de todas las contingencias.

El problema es que la ansiada Canaán, es decir, Palestina, pertenecía en estos momentos al Imperio Otomano estando poblada por árabes, musulmanes, cristianos y judíos en una convivencia aceptada. La ola de antisemitismo despertada en Europa, sobre todo en Rusia, y la abundancia de pogromos aumentan paulatinamente las oleadas de emigraciones judías al nuevo Israel, hasta que en 1917 en plena guerra mundial se produce la llamada “declaración Balfour” en la que el ministro de Exteriores Británico, Arthur James Balfour, comunica al barón Rothschild, un líder judío inglés, su aceptación de la idea acerca del futuro estado de Israel en Palestina, que reconoce como un derecho de los judíos, añadiendo que esperaba que ello no menoscabaría los derechos de los naturales de la zona.

Terminada la guerra mundial, y vencidos los turcos por los ingleses, la Sociedad de Naciones otorgó un mandato a los británicos sobre la zona que les permitía controlar sus intereses locales, y a una población en su mayoría musulmanes (casi novecientos mil censados en 1922) frente a unos noventa mil judíos. El aumento de los emigrantes judíos, bajo protectorado inglés y con la colaboración de la monarquía jordana, fue paralelo a la oposición musulmana a su presencia, creando un estado de violencia crónica de baja intensidad, mediante sabotajes y diversos actos violentos que dieron lugar a la decisión por parte de las Naciones Unidas de dividir la zona en dos estados, uno para Israel (55% del territorio) y otro para los palestinos, y unos lugares comunes, como Jerusalém, que tendrían una administración especial. Los árabes no aceptaron esta resolución pero los judíos sí, porque ya tenían avanzada la organización de su futuro estado y sobre todo la de su ejército (la Haganá).

El 14 de mayo de 1948, terminada la administración británica, se declara la independencia del Estado de Israel, que pasa rápidamente a materializar sus contenidos proyectos, llamando a filas a todos los varones reservistas, para una guerra total contra los árabes, de los que cerca de un millón (setecientos mil según las cifras oficiales) que se unieron a los casi trescientos mil que ya habían sido desalojados antes de la declaración, es decir, unos dos tercios de la población total, fueron obligados a desplazarse de sus domicilios para dejar sitio a los nuevos habitantes que terminaron añadiendo a su dominio un 50% más de territorio del adjudicado. Más de quinientas poblaciones árabes fueron destruidas y borradas de la tierra palestina con la aniquilación de sus mezquitas y sustitución de sus nombres con nuevas denominaciones hebreas por la fuerza de las armas del ejército israelita. Esta limpieza étnica se completó con las leyes promulgadas posteriormente, por el nuevo estado de Israel, que impiden el retorno de los árabes a sus domicilios y permiten la reinscripción de los nuevos títulos de propiedad de las tierras “abandonadas” por sus legítimos dueños.

Ben Gurión, jefe del nuevo estado israelí había manifestado previamente estos propósitos. Deir Yassin, al-Damaymah son los nombres de un par de lugares constatados donde se llevaron a cabo masacres importantes por parte del ejército judío contra los civiles palestinos, que tardaron muchos años en conocerse, pero que son prueba de la violencia desarrollada que desdice la propaganda judía de una guerra de liberación. La destrucción de la sociedad y la patria palestina fue total y la guerra se caracterizó y justificó como de exterminio por los mismos historiadores judíos como los profesores Benny Morris (Universidad Ben Gurion), Llan Papé (Universidad de Exeter) y Salman Abu Sitta, investigador palestino.

Los palestinos denominaron a esta guerra y sus consecuencias como “nabka”, día de luto, un término que traducido significa catástrofe o desastre y la celebran anualmente el día 15 de mayo como un recordatorio de unos tristes y onerosos sucesos que, en aquellos momentos desconocían que no habían llegado a su fin.


Jesús Lobillo es doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, presidente del Ateneo Libre de Benalmádena y fue reconocido por el Ayuntamiento con Benalmadense del año 2020.

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