El litoral benalmadense, con esta eterna primavera que nos regala el clima del Sur, es uno de esos enclaves en los que parece que no hay cabida para prisas y preocupaciones, eclipsadas por el disfrute y esas espectaculares estampas que sobrepasan las redes sociales para permanecer impresas en la memoria que sabiamente salvaguarda nuestros buenos momentos. En este panorama casi paradisiaco de sol y playa nadie pudiera pensar que ese mismo idílico escenario haya sido siglos atrás protagonista de cruentas fechorías de los más sanguinarios piratas. No los del loro y el parche en el ojo, esos exóticos piratas cuya imagen ha sido romantizada por el cine, sino de los que estaban al mando del cruel Turgut Reis, conocido como Dragut, quien fuera lugarteniente y sucesor del legendario Barbarroja.
La piratería siempre ha sido una constante en la costa malagueña entre los siglos XV al XVIII e incluso hay referencias en el siglo XIX e inicios del XX de robos en la costa de Mijas, pero poco o nada han trascendido los episodios sufridos en Benalmádena. Nuestro municipio no se libró de estos terribles ataques, que en ocasiones no solo se limitaban al saqueo de “bienes y facienda” sino que terminaban con el secuestro y cautiverio de vecinos, cuyo destino, si sobrevivían al viaje, era Orán o Argel, el mercado de esclavos más importante de la época.
Una calurosa noche del verano de 1550 desembarcaron en la costa de Benalmádena un grupo de piratas al mando del temible corsario otomano Dragut, el pirata más famoso en aquella época después de Jeireddín Barbarroja, su protector (fallecido poco antes, el 4 de julio de 1546). Benalmádena, entonces denominada Benalmadana, era un pueblo tranquilo cuyos vecinos se dedicaban a trabajar sus vegas de cereales y legumbres para sobrevivir.
En teoría, nuestra ciudad tenía la capacidad de repeler cualquier ataque en tanto que “estaba totalmente cercada por una muralla con dos torres y un revellín cubriendo la puerta, otros dos bastiones en el perímetro y en el centro de la plaza una que hacía de torre principal”. Sin embargo, según las investigaciones consultadas, Dragut parecía saber bien que todo este despliegue era tan solo un paripé y que le sería fácil tomar el pueblo sin encontrar resistencia. No es de extrañar que estuviera bien informado, pues tras la conquista del Reino de Granada muchos musulmanes huyeron al norte de África y hubo quien se identificó con los corsarios uniéndose a ellos. En otras ocasiones, enviaban a uno o dos piratas a infiltrarse a pie en los pueblos para detectar aquellas fechas en las que se iba a desarrollar una celebración multitudinaria tipo casamiento o bautizo. Al tratarse de villas pequeñas, todos los vecinos acudían a la cita e incluso recibían la visita de familiares de los alrededores y los piratas aprovechaban la debilidad intrínsecamente unida al festejo para perpetrar sus asaltos, pues además de cogerles desprevenidos, estaban juntos en un mismo lugar y les resultaba más fácil la captura del mayor número de rehenes.
En el caso de Benalmádena de aquel verano de 1550, los piratas al mando de Dragut no encontraron oposición alguna. Lograron tomar tierra con rapidez y llegar a las casas sin ser vistos. Según queda constancia en un cuaderno, entre los legajos de la Alhambra, que recoge el pleito de los vecinos por ese suceso –rescatado por Feijoo en La Ruta de los Corsarios– los benalmadenses se percataron de la presencia de los piratas cuando ya era demasiado tarde para hacerles frente.



Alarmados por los gritos de las mujeres, solo les dio tiempo de salir corriendo con lo puesto a refugiarse en la edificación que había en lo que ahora sería Benalmádena Pueblo -poco se sabe sobre la ubicación concreta de esta construcción, más allá de “que estaba en la parte alta del pueblo que mira a Poniente, donde se encontraba la iglesia”-, que aunque estaba en malas condiciones era la que ofrecía la máxima seguridad para procurar salvar la vida.
Parece ser que las dos guardesas de esta edificación, muertas de miedo, no atinaban a abrir la puerta, lo que provocó gran revuelo entre el gentío puesto que los piratas no hacían distinciones entre hombres, mujeres, niños o ancianos y todo aquel que caía en sus manos y era apresado, sabía del horror que le deparaba el destino. Al ser gente humilde era impensable un rescate por ellos.
No era la primera vez que los benalmadenses sufrían las consecuencias de la piratería que, en un episodio anterior, además de arrasar con los bienes y las cosechas, parece ser que también se tradujo en la captura de prisioneros.
En esta ocasión no hubo rehenes, pero el miedo y la falta de seguridad explícita en la costa benalmadense obtuvo como pronta respuesta un masivo éxodo de benalmadenses que debieron de pensar que en una próxima ocasión no tendrían tanta suerte, y cogieron sus pocas pertenencias y se fueron del municipio sin pensárselo dos veces. “Como consecuencia del saqueo, -hablan los testigos-, huyeron los vecinos y al año siguiente, 1551, solo quedaban diez o doce”.
Pero si el municipio tenía sus torres vigías, sus guardianes… ¿por qué nadie dio la voz de alarma?. En la documentación relativa al pleito abierto por el suceso queda bien claro, a través de las declaraciones de los testigos, que Benalmádena era claro exponente del abandono en la defensa de la costa andaluza. Como se suele decir, unos por otros y la casa sin barrer…
Resulta curioso observar con los ojos de hoy en día los testimonios de nuestros vecinos de aquel entonces y de sus representantes, y las excusas de éstos últimos para restar su responsabilidad en la desidia defensiva del municipio y desprotección de sus habitantes.
Decía uno de los allí presentes que “no tenemos quien nos avise desde las caletas. El abuelo ochentón mal puede correr a prevenirnos ni a dar aviso para que hagan lumbres o ahumadas los peones de las torres (…)”, mientras que otro no tenía pudor alguno en relatar al escribano que “cuentan las malas lenguas, que el hijo de V. M. ha gastado la poca pólvora que dejó el alcalde en la caza de perdices por estas sierras”. En lo que la mayoría coincidía era en el mal estado de las torres, “con los muros desportillados y no digamos las puertas, que no tienen ni maderas con qué cerrarse”.
De estas acusaciones, el alcalde Cazalla que, según reseña Feijoo, “durante 30 años no atendió la ciudad a su cargo”, se defendió alegando que la culpa la tenía la guarda de la costa, que no se encontraba en su puesto y que él llevaba tiempo reclamando mejoras por el mal estado en el que se encontraban las torres.
Fuera de quien fuera la culpa, en aquella ocasión, una de las pocas de las que queda constancia escrita, los corsarios se conformaron solo con saquear las casas de los benalmadenses y renunciaron a asaltar la ruinosa fortaleza en la que se resguardaron, quizás para prevenir causar alguna baja.
La crónica de Benalmádena está repleta de sorprendentes historias y precisamente las torres vigías merecen un artículo propio que les ofreceremos próximamente como complemento al asalto de piratas que hoy nos ocupa. (Las tres torres que vigilaban y defendían Benalmádena de los ataques enemigos desde el mar).
- Para saber más sobre la piratería y profundizar en el caso de Benalmádena se puede consultar en el Fondo local de la Biblioteca Pública Arroyo de la Miel La ruta de los corsarios II. Murcia y Andalucía de Ramiro Feijoo y La organización de la defensa de la costa del Reino de Granada de Alfonso Gámir Sandoval.

Buenísimo artículo!
Me ha encantado. Mereceria una sala en el museo dedicado a las torres vigías y su historia