viernes, octubre 11, 2024
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Los primos, sin número

De un tiempo a esta parte, en que hay tanto turismo, no nos extraña que la gente se mueva y se den un garbeo por la Ciudad Eterna, aunque bien mirada, podemos saber que Roma no tiene mucho de eterna, porque tuvo un inicio, más o menos sabido, y que, tal como están los asuntos que manejan algunos humanos, tampoco sea infinita ni tampoco lo sea muy tarde.

Podemos pensar que esta ciudad tan querida y este mundo entero pueden fundirse y perderse en el espacio y en el tiempo, antes que cante un gallo.

Podemos, también, recordar, ahora, aquel poemita de “Los peregrinos enamorados”, que pudimos repasar con nuestros hijos de la EGB y que nos hablaba de esta guisa: “Para Roma caminan / dos peregrinos, / a que los case el Papa, / porque son primos/… Les ha preguntado el Papa / de dónde eran./ Ella dice: -De Cabra./ Y él: – De Antequera/…”

Los humanos nos podemos cargar la ciudad de Roma y todo lo que pueda caer en nuestras manos, porque, a decir verdad, no somos tan exquisitos como se nos podría considerar. Estamos viendo que nuestras manos son torpes también, cuando hay que firmar cualquier tratado de Paz.

Con todo, como somos una especie inquieta, también nos movemos demasiado y podemos ser testigos de esta nuestra perpetua inestabilidad.

La política, que tanto nos inquieta, es tremendamente inquieta y hasta inquietante en demasía. Por todo ello no nos debe de extrañar que haya tantas idas y venidas políticas, porque se trata de una pasarela con solución de bastante continuidad, con tanto trasiego. De continuo, se nos presentan eventos políticos, culturales, sociales y hasta comerciales, que nos llevan de calle y a tanto llegan, que nos ofrecen un espectáculo informativo de tanta movida y en tantos escenarios. Así, todo se nos convierte en publicidad y propaganda, más que en publicación o información.

Podemos detenernos un poco y considerar de qué se trata, cuando somos espectadores pasivos de tantas peregrinaciones a Roma. No todos peregrinan con gastos pagados por el bien común, que es así de generoso.

Siempre hemos pensado, con todos nuestros respetos por delante, que las religiones no deben seguir ninguna bandera política, porque ya hemos sido testigos también (si es que no lo seguimos siendo), de servidumbre religiosa a la política y, en contrapartida, de tanto intervencionismo ético de lo político en las cuestiones morales y religiosas por parte del Estado, lo que conlleva que a los abanderados los muevan los aires que soplan desde el lado de las interesadas banderas políticas.

Podemos decir, antes de que se nos compliquen los asuntos y se nos puedan cruzar los cables, que los políticos, a su vez, no se estén tomando demasiado en serio la mismísima figura del Vicario de Cristo en la Tierra. Da por pensar que los políticos, de alguna manera, van buscando un reconocimiento y a la vez un espaldarazo casi sagrado de sus personas y sus quehaceres, quizás por aquello de que “la espada es la palabra de Dios”.

Así, hemos podido constatar que todos los políticos españoles que se precien han disfrutado de una audiencia especial y particular con el Papa de su tiempo. Han desfilado por el Vaticano todos los presidentes, desde Adolfo Suárez hasta el actual Pedro Sánchez, sin echar de menos, en el capítulo de audiencias pontificias, visitas como las de Ayuso y de Almeida (“heredero de la gran Manuela”), la visita de Cospedal y Soraya con sus negras mantillas, la de Yolanda Díaz y hasta la de Aragonés…

Esta utilización, a nuestro modo de ver, de la figura religiosa del Papa, nos mosquea por el afán privatizador de la política, que quiere hacerse valer con un sello religioso, por el solo hecho de que es seguido por la parroquia de sus feligreses y que siguen al Pontífice y que les sirve de acicate para dirigir sus votos. A todo esto ayudan bastante los comentarios interesados de muchos medios de información, a los que no les faltan nunca las simpatías y preferencias por los partidos que consagran la devoción por el tan sagrado liberalismo, que cada día es más depredador del estado de bienestar, que con tantos sacrificios del común nada tiene que ver con una mínima aproximación al mandato evangélico de la fraternidad, que todos los humanos de a pie nos merecemos.

No podemos permitirnos el lujo de que “los primos”, innumerables, seamos nosotros.

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