No cabe duda que Maruja Mallo fue, en palabras de la profesora Shirley Manghini: “La mujer más excepcional del mundo vanguardista español de su época y hasta años recientes, la más desconocida”. Federico García Lorca la describió como sigue: “Maruja Mallo, entre Verbena y Espantajo toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo, sus cuadros son los que he visto pintados con más imaginación, emoción y sensualidad”.
Nacida en Galicia, su familia se estableció en Madrid en 1922 y ese mismo año comenzó sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, junto a su hermano Cristino. A través de otro hermano, Justo, conoció a sus compañeros de la Residencia de Estudiantes, entre otros: Dalí y Moreno Villa. Apunta Manghini que la incorporación de Maruja al trío Buñuel-Lorca-Dalí: “convirtió al grupo en cuadrangular”, generándose entre los cuatro una intensa colaboración personal e intelectual. Abundando en ello, la historiadora del arte Estrella de Diego describe en clave de polisexualidad la dinámica del grupo.
La Guerra Civil la empujó fuera de España. En 1937, vía Lisboa, y ayudada por Gabriela Mistral, se instaló en Buenos Aires. Ese mismo año se edita su monografía: Lo popular en la plástica española a través de mi obra. Allí estrechó lazos de amistad con Ramón Gómez de la Serna, también exiliado, y casado con la argentina Luisa Sofovich, a quien dedicó el libro Maruja Mallo, publicado en edición bilingüe por Losada (Buenos Aires) en 1942. En 1939 pronunció varias conferencias en la Universidad de Santiago de Chile. En la capital bonaerense decora Maruja el cine “Los Ángeles” y expone en Viña del Mar (Chile) en 1945. La política del populista Perón la empujó de nuevo, esta vez en sentido contrario. En 1946 expuso en Río de Janeiro, en Nueva York y en Bolivia. En 1957 expone en Buenos Aires de nuevo y en 1961, en Madrid, en la Galería Mediterráneo. Ese año, el Museo de Arte Contemporáneo adquiere su cuadro “Estrella de Mar”. A partir de 1962 viaja a España, por primera vez desde su exilio, instalándose definitivamente en 1965.
Este es, a grandes rasgos, el escenario que vio crecer y madurar la obra de una mujer físicamente menuda, vivaracha, alegre; voluntariosa e irónica. Es esta última la característica más recurrente con que la definen sus críticos y amistades. Esa “brujita joven” o “Sibila” quien afirmaba que “el oficio debía estar siempre al servicio de las ideas” y gustaba definir su pintura como una obra de síntesis. (arte útil VS arte por el arte). Ana Vázquez de Parga describe su camaleónica facilidad para adaptarse a las diferentes propuestas artísticas como muy natural, casi inconsciente, gracias a que con “su mirada de lince, su olfato de cazador, atrapa todo lo que escucha y va a su alrededor”.
La artista se instaló definitivamente en España en 1965: “Mis amigos estaban desterrados o enterrados [escribe] y yo sola en el Hotel Palace y las galerías llenas de pintura informalista que es un estilo totalmente franquista…” Como describió María Escribano: “Maruja no llegaba quejicona y rencorosa, sino sólo con una razonable dosis de mala leche”.
Hasta 1979 no se le presenta la ocasión de una muestra antológica: “Moradores del Vacío”, obras pintadas durante los años setenta, y una serie de ocho litografías, homenaje a la Revista de Occidente de la misma época.
Maruja creyó sobre todas las cosas en el Arte, único amante al que se mantuvo fiel hasta el final de sus días, quizás, desengañada de todo lo demás, como Carmen de Burgos quien, en su Autobiografía, escribió lo siguiente: […] y yo que creía buena a la humanidad toda, vi sus pequeñeces, sus miserias […] y sentí el dolor de los pesares ajenos, y lloré con los oprimidos y envidié los mundos donde no habitan los hombres […] Y así sufriendo y amando […] entre lágrimas y goces se formó mi espíritu de hoy […] Viajé […] estudié […] me adularon y me zahirieron […] Hoy sólo creo en el arte y acepto el amor como bella mentira, una forma más perfecta de la amistad.
Como le ocurrió a Carmen de Burgos, Maruja Mallo, a pesar de su indiscutible popularidad en España durante los años veinte y treinta, un silencio ominoso cayó sobre ella durante el franquismo. Afirma Manghini que no fue sólo a causa de su exilio o al hecho de ser mujer, sino sobre todo porque era una mujer “transgresora” en su vida y en su obra.
- Rosa Mª Ballesteros es Historiadora y Vice-Presidenta del Ateneo Libre de Benalmádena