Pepe Carbalho
José Carvalho Larios, más conocido como Pepe Carvalho, es hijo de emigrantes gallegos afincados en Barcelona. En la universidad, militó como comunista, por lo que pasó una temporada en la cárcel. Después, fue captado por la CIA, con la que trabajó durante nueve años y anduvo por medio mundo. Sin una razón de peso aparente, abandonó la agencia de espionaje, volvió a Barcelona y se hizo detective privado —«huelebraguetas»—, sin importarle el tipo de encargo que le hicieran: lo mismo acepta un caso de infidelidad conyugal que la investigación de un asesinato. Cuestión de dinero.
Carvalho es un hombre sin demasiados escrúpulos ni principios ―«solo vísceras en buen uso»―, al menos de acuerdo con la moral convencional: ayuda a desvelar el crimen y nada más, atendiendo a la demanda del cliente, que es quien le paga.
Yo maté a Kennedy, es la primera obra de la saga en que aparece Carvalho, aunque más que una novela negra o policíaca al uso, da la impresión de que Vázquez Montalbán lo que pretende es hacer un ensayo sobre la dualidad de la conducta del personaje (héroe-antihéroe; agente de la CIA-comunista; guardaespadas de un presidente-asesino del mismo…). La novela, publicada por Planeta en 1972, pasó completamente desapercibida. Tampoco tuvo mejor suerte la segunda de la saga, Tatuaje, que no llegó al centenar de ejemplares de venta. Sin embargo, las posteriores, poco a poco fueron calando en los lectores españoles, a la vez que se traducían a todas las lenguas.
Si fue, o no Carvalho, el asesino de Kennedy no está claro, pese al tiempo transcurrido y los ríos de tinta derramada. Lo que sí está fuera de toda duda es que la paternidad literaria del famoso detective corresponde al escritor Manuel Vázquez Montalbán, autor catalán de una de las sagas de mayor éxito de la literatura española y universal.
En la serie de Carvalho aparecen otros adláteres, a los que vamos conociendo tan bien, o tan mal, —según se mire—, como al propio protagonista. Y es que las historias del peculiar detective no serían las mismas sin Charo García —la Charo—, puta de teléfono, que comparte con Carvalho amores ―si es que alguna vez los hubo―, y desaires y desamores, que sí fueron muchos; el Biscúter, ayudante del detective, exladrón de coches y expresidiario, como el propio Carvalho; el Bromuro, facha y exlegionario, pobre y desgraciado diablo, que se gana la vida como confidente y limpiabotas, y al que nos resulta difícil de creer sus portentosas hazañas sexuales; o la Andaluza, una puta de Bilbao que se hace pasar por sevillana porque cree que las putas del sur son más deseadas por los clientes…
Para finalizar, unas palabras del propio Vázquez Montalbán sobre su detective: «Construí a Carvalho con una serie de materiales de derribo que lo hacían inverosímil en la realidad material, pero perfecta y mágicamente verosímil en la realidad literaria».
Kurt Wallander
Es el hijo literario del escritor sueco Henning Mankel. Es inspector de policía de Ystad, población de la región de Escania, al sur de Suecia. En esa pequeña ciudad (20.000 habitantes), lleva viviendo los últimos veinticinco años, desde que llegó de Malmö, donde lo apuñaló un delincuente.
Wallander es un hombre solitario, con grandes dosis de empatía por sus semejantes, buena capacidad intelectual al servicio de la investigación criminal y una gran integridad moral. Fruto de su primer matrimonio tiene una hija, Linda, con la que compartirá uno de sus últimos casos. En la actualidad, Wallander, vive con una mujer. Vania, a la que conoció en uno de sus casos.
Mankel refleja en sus obras la aparente contradicción entre el mundo feliz de la sociedad nórdica y los problemas que en la misma existen de integración de inmigrantes o de violencia de género, entre otros.
El inspector Wallander me gusta porque no es ningún héroe, no es un superhombre, con dotes «especiales» para resolver casos difíciles. Es solo un buen policía, entregado a su trabajo, con sus flaquezas, como lo puede ser cualquier otro agente de cualquiera de los cuerpos de policía del mundo. Justamente es ese, a mi juicio, donde radica el mérito de su creador, en haber creado a un personaje muy creíble, entrañable y humano.
Algo que no es muy frecuente en otras sagas, es que el lector percibe cómo el personaje principal, en este caso Wallander, va envejeciendo, madurando, con el paso de los años, —o de las páginas—.
Uno de los personajes sorprendentes que aparecen en las aventuras del inspector Wallander, es su padre, un extravagante artista, un poco loco, que solo pinta cuadros con un único motivo: un urogallo, un pájaro, siempre el mismo, pero con ligeras variantes. Naturalmente, no es mucha su clientela. Wallander lo ve con cariño, a la vez que lo considera como una semejanza de su propia vida: cansado de hacer siempre el mismo trabajo de policía toda su vida, con ligeros cambios de matiz entre un caso y otro.
En cierta ocasión se le preguntó a Mankel si su personaje era su alter ego. Su respuesta fue que Wallander y él no se parecían en mucho, «tan solo tenemos tres cosas en común: la misma edad, nos gusta la ópera italiana y trabajamos mucho».
Desde el año 1991 en que apareció su primera obra, Asesinos sin rostro, Mankel escribió doce aventuras de su inspector de policía, a razón de una por año. También fue un importante autor teatral y de literatura infantil. Sus novelas se han vendido por decenas de millones de ejemplares en todo el mundo.
Lino Ortega
Sin deseos de pecar de pedante, creo que no sería yo buen padre si entre tan ilustres maestros que le anteceden no figurara también mi «hijo» Lino Ortega Izquierdo. Lo hago con toda modestia, porque sé que la distancia existente entre ellos es enorme, pero también con todo el orgullo que me proporciona el ser su progenitor literario.
Llevado de mi admiración por Vázquez Montalbán, en un primer momento estuve por bautizar a mi personaje como inspector Montalbo, pero caí en la cuenta que el escritor italiano Andrea Camineri se me había adelantado con su comisario Montalbano. Así que decidí honrar a otro prohombre que admiro en grado sumo. Linus Pauling, al que podría considerársele un moderno Leonardo, fue un científico norteamericano que hizo importantes investigaciones en la Química Cuántica, la Biología Molecular, la Radiactividad, la Ingeniería… entre otros muchos campos, y que mereció el Premio Nobel de Química en 1954. Su compromiso social en defensa de los valores humanos y en contra de las armas nucleares, le valieron más tarde otro segundo Nobel, esta vez de la Paz. Hasta ahora, es la única persona que ha obtenido ambos galardones a título individual.
El nombre del personaje, Lino, ya queda explicado su origen. El apellido, Ortega, apareció por simple facilidad fonética. Deseaba que nombre y apellido fueran corridos y se pudieran pronunciar de una vez: Linortega.
En la segunda de sus aventuras —El dulce vuelo de las mariposas—, Ortega entra en un bar y ve a «un tipo alto, cargado de hombros, delgado, vestido con una americana beis bastante holgada… El rostro demacrado tenía bastantes ojeras, una frente amplia, cabellos grises mal avenidos… Mentón delgado, firme y decidido, nariz recta bien dibujada, boca grande de labios delgados, y a ambos lados de las comisuras, dos profundas arrugas hasta las aletas de la nariz…». Suspiró al ver su imagen reflejada en un espejo.
Posiblemente mi detective no sea un pura sangre, si es que a alguno de sus ilustres colegas puede considerársele de esa guisa. Tal vez, Lino tenga una tacita colmada de Wallander, una cucharada sopera de Sherlock, una ligera capa de Marlowe, un buen chorreón de Carvalho y una pizca de Poirot. Su honestidad y capacidad de trabajo están fuera de toda duda, reconocidas incluso por sus más recalcitrantes compañeros. La relación con sus superiores, los diversos comisarios que han pasado por la comisaría de Torremolinos, nunca fue buena, pues, además de llevar la investigación a sus últimas consecuencias, todos le echan en cara su excesivo individualismo, la falta de orden en el trabajo, la ineptitud con los ordenadores y sus exasperantes y reconocidas dotes intuitivas de buen sabueso que sabe «oler» y discernir entre pistas falsas y verdaderas.
Su carácter un tanto hosco y distante —trata a todo el mundo de «usted», incluso a sus colaboradores más cercanos—, no facilita unas buenas relaciones. Sin embargo, en las distancias cortas, se hace querer y respetar al máximo por todos cuantos han trabajado con él, —el inspector Francisco Rivero, la agente Carmen Braga, la jueza Rosario Pulido, o el subinspector Antonio Carmona, su partenaire, confidente y amigo—.
La vida familiar de Ortega deja mucho que desear. Divorciado desde hace años, le sigue costando trabajo asumir la separación de Alicia, su exmujer, que le dejó para irse con un rico cubano, dueño de una empresa hotelera. La difícil relación con Carmelo, su único hijo, no facilita la cuestión.
En una comisaría relativamente pequeña, como la de Torremolinos, en la que la vida familiar de sus miembros es prácticamente conocida por todos, y en un ambiente de trabajo, supuestamente, poco dado a estas singularidades de género, el hecho de que Carmelo sea un homosexual declarado, «con más plumas que un gallinero», es un motivo de constante disgusto para Ortega. Sin embargo, la simpatía del chico, su carácter desinhibido y sus frecuentes infortunios amorosos, hacen que su personalidad sea, a mi juicio, un perfecto contrapunto a la hosquedad del personaje principal, el sufrido progenitor.
El paso del tiempo va haciendo que Ortega atempere su actitud y que en la última aventura —El jardín de las cabezas cortadas—, acepte, aunque a regañadientes, figurar como padrino de boda de su hijo. Quién sabe si en un futuro caso, Carmelo sea su colaborar en la investigación de un crimen.
En las aventuras de Lino Ortega todo está por escribir.
José Manuel Portero ha sido profesional de la enseñanza. Como escritor tiene publicada una serie de tres novelas de género negro ambientadas en la Costa del Sol: El ángel negro, El dulce vuelo de las mariposas y El jardín de las cabezas cortadas, todas con el inspector Lino Ortega como protagonista. También tiene publicada una obra infantil, Pichú, y una colección de relatos, El baile de la tarántula. Su última obra, Nazis en la Costa del Sol, es un ensayo histórico que desvela cómo en esa zona del litoral español encontraron refugio y protección célebres figuras del régimen nazi.
Parte I: AQUÍ