Dentro del organismo humano conviven trillones de especies microscópicas, en su mayoría con funciones definidas que ayudan en muchos procesos de nuestro metabolismo o nos protegen de la acción de otros microorganismos que sí podrían resultar dañinos. El médico y presidente del Ateneo Libre de Benalmádena, Jesús Lobillo, nos habla sobre estos bichos que viven dentro de nosotros
Consideramos a los bichos como seres vivos pequeños y desagradables, a los que estamos expuestos, que debemos eliminar para evitar enfermedades y suprimir molestias, y, sin embargo, esta eliminación supone la alteración de una cadena ecológica en la que participamos nosotros mismos.
Disponemos de dos sistemas en nuestro organismo que están expuestos a la acción de los elementos, vivos o inertes, del medio que nos rodea. El primero es la piel que implica una superficie expuesta de 1,6 a 1,9 metros cuadrados. El segundo es nuestro tubo digestivo que supone la existencia de una luz que nos atraviesa desde la boca hasta el ano, pero este tubo si lo abrimos y exponemos expandiendo todas sus vellosidades muestra una superficie de exposición de 300 a 400 metros cuadrados.
Para conseguir la limpieza de estas zonas expuestas disponemos, en el caso de la piel, de nuestra ducha habitual con geles dotados de productos antibacterianos que limpia nuestra superficie corporal de la mayoría de los bichos o bacterias causantes de enfermedades comunes exceptuando virus. Lo mismo ocurre con nuestras cavidades accesibles como son la boca, ojos, oídos, nariz, ano, prepucio y vagina.
La magnitud de la extensión del tubo digestivo se justifica porque su función consiste, además, en analizar y seleccionar todos los elementos que lo atraviesan separando los beneficiosos (alimentos) de los nocivos (bacterias patógenas), para lo que recluta, a su vez, a un número extraordinario de bacterias externas con las que colabora simbióticamente en el reconocimiento de los elementos que hay que rechazar y de los que hay que retener para su absorción (digestión), eliminación (heces), o aprovechamiento en la elaboración de enzimas, hormonas y fermentos necesarios para todas las actividades orgánicas. Esta asociación benéfica y productiva es lo llamamos microbiota, que se reproduce en todas nuestras cavidades accesibles.
Estos bichos o bacterias, que son seres vivos, que habitan en nuestro interior, suponen en cantidad como cien veces más que los elementos tisulares que las soportan, es decir, que con cada cien mil millones de células conviven cien billones de bacterias. Su estudio ha averiguado, hasta ahora, la existencia de entre 500 y 1000 especies distintas, algunas de las cuales no se consiguen cultivar en laboratorio, y han debido ser clasificadas por investigación genómica, y que se pueden dividir en dos clases: las nativas que son las que viven permanentemente en nuestro tubo digestivo y las de tránsito que no asientan en él.
Las bacterias nativas son las que se adquieren al nacer y en el primer año de la vida para permanecer siempre con nosotros y su adquisición se consigue durante el parto, de las bacterias de la microbiota vaginal de la madre.
Las bacterias de tránsito se adquieren regularmente con la comida y la bebida y este asiento, breve o fugaz, o incluso puede que permanente, se renueva de forma continua y constante, pero todas son registradas por nuestras células y bacterias que guardan una señal de su presencia, una porción mínima de su cadena genética que pasa a formar parte de una biblioteca de recuerdos que se añade a nuestra propia estructura genética en forma de fragmentos que se denominan “crispr” (conjuntos, regulares, interespaciados, cortos, palindrómicos y repetidos) que alertan en cualquier momento en que dicho microorganismo vuelva a penetrar en nuestro interior, desencadenando una defensa que anula y neutraliza inmediatamente la agresión. Si la noxa en cuestión no estuviera registrada se daría lugar a una respuesta inflamatoria de mayor grado por parte de nuestro organismo. Por ello estudios estadísticos nos avisan de que en los hogares en los que se utiliza un lavaplatos existe entre sus miembros un incremento de las reacciones alérgicas (rinitis) porque determinadas poblaciones de gérmenes han sido eliminadas por las altas temperaturas de la máquina sin posibilidad de ser registradas. Lo mismo ocurre con el excesivo aseo de la ropa de cama o la indumentaria personal.
Nuestra microbiota, con sus bichos o bacterias, radicados en el tejido conjuntivo o de unión de todos los órganos, abastece de elementos defensivos o inmunitarios a todas las reacciones defensivas o inflamatorias que nuestro organismo tenga que atender, desde las variaciones constantes que suponen nuestro crecimiento y maduración, las propias de toda agresión externa o enfermedad que se suceden en nuestra vida, hasta las solicitaciones del desgaste, el deterioro o el envejecimiento, lo que presupone un cambio evolutivo en su infraestructura material de células y bacterias cada vez más especializadas inmunitariamente, y en su capacidad de elaboración de elementos fungibles en forma de fermentos y enzimas que hay que fabricar y reponer sin tardanza en función de estas necesidades siempre cambiantes, y que se van reflejando dinámicamente en nuestro genoma y traduciéndose externamente a nuestra fisionomía porque nuestro aspecto exterior va cambiando con nuestra evolución
En lo que se refiere específicamente a la microbiota intestinal su estructura bacteriana está compuesta por una capa superficial o mucus que posee un 60 a 90 por ciento de bacteroides, lactobacillus y bifidobacterium y un 10 a 30% de fecalibacterium y akkermansia, que desarrollan una función de barrera por lo que se les denomina como microbiota protectora, diferenciándola de la microbiota metabólica propiamente dicha, que está formada por las bacterias proteolíticas (coli, clostridium, proteus, pseudomona, enterobacter, citrobacter, klebsiella, etc.) así como los hongos y las levaduras. Más importante inmunitariamente es la microbiota inmunomoduladora de la que forman parte el enterococcus fecalis y la eschericcia coli que desarrollan importantes funciones locales y generales en nuestra defensa inmunitaria.
Pero sin duda el mayor interés de la microbiota radica en las sustancias que fabrica para atender las necesidades de funcionamiento cerebral. Trabajando con ratones desprovistos de microbiota (“germ free”) se han observado en ellos trastornos cognitivos que afectan a la memoria, a las habilidades de aprendizaje y a otros marcadores de la plasticidad neuronal, que se corregían al rellenar su flora microbiana, lo que ha llevado a considerar la existencia de un sistema bidireccional de influencia entre el intestino y la actividad cerebral, el conocido como eje intestino-cerebro (gut-brain axis), que utilizaría para sus funciones al nervio vago, al sistema circulatorio y al sistema inmune. Neurotransmisores como la serotonina (activador), el GABA (ácido gamma amino butírico, inhibidor), las catecolaminas y la dopamina se originan y metabolizan en la microbiota que, a través de su influencia sobre el eje hipofiso-adrenal determinan la liberación del cortisol (hormona del estrés) siendo responsable de diversos aspectos de nuestro comportamiento.
Puede entenderse por lo tanto, dada esta influencia bidireccional, que no solo una ausencia de nuestros bichos o bacterias, sino que también las alteraciones en la composición de la microbiota, que se conocen con el nombre de disbiosis, podrían estar en el origen de alteraciones neurológicas humanas como la esclerosis múltiple, el parkinson o el alzheimer e incluso la demencia senil, y cuyo origen más preciso nos lo proporcionará el estudio pormenorizado de la microbiótica en las heces de cada paciente que en un próximo futuro será tan habitual como hoy día lo es un chequeo analítico.
Mientras tanto, y aún sin conocer porqué la microbiota deja de fabricar sus importantes productos neurofuncionales, lo único que podemos hacer es tratar de restaurar o renovar las colonias de gérmenes que por la razón que sea han dejado de funcionar correctamente, o se han perdido. Para ello los fármacos de que disponemos son los llamados probióticos o fermentos de colonias vivas que se miden por la cantidad que llevan de UFC (Unidades Formadoras de Colonias), de las que deben de exigirse como mínimo diez mil millones de ellas por cápsula, y aunque existe el problema de que la experimentación se ha llevado a cabo en ratones cuya microbiota debe de diferir evidentemente de la humana, algunos ensayos en sujetos, pese a esta inespecificidad, han revelado mejoras objetivas, lo que ha llevado a algunos neurólogos a asegurar, sin reservas, que las enfermedades neurológicas deben de ser consideradas hoy día como enfermedades gastrointestinales, en las que nuestros bichos desempeñan un inestimable protagonismo.