Hacia 1905 habían quedado atrás las etapas: azul, rosa y negra de nuestro genio malagueño Pablo Ruiz Picasso. La etapa que se dibujaba, el cubismo, iba a revolucionar el arte contemporáneo. Cuadros inspirados por una de sus jóvenes amantes, Madeleine, como La comida frugal, La planchadora, La mujer acróbata o La familia de Arlequín, pintados entre 1904-1905 y también el Retrato de Gertrude Stein (1905) y El viaje a Gósol (1906). Todas estas obras forman parte del primer paso al cubismo o, más exactamente, del proto-cubismo, cuyo ejemplo más famoso es conocido como Las señoritas de Aviñón o Las damiselas de Aviñón (1906).
Cuando Picasso inicia la obra, que no finaliza hasta 1907, el genio malagueño tenía varias influencias en la mente, entre otras: Cezánne (y sus Bañistas) por su composición; El Greco (por las figuras alargadas) y el arte primitivo y sus máscaras rituales africanas, evidentes en los rostros de las mujeres y, según varios estudiosos, muy probablemente el arte íbero. Cuando empezó su obra ignoraba que iba a cambiar el arte para siempre y, con ella, rompería la norma de que una imagen se podía representar desde varios puntos de vista. De hecho, el cubismo se inicia a causa del terremoto provocado por esta obra, pero no solo el cubismo, sino el arte de vanguardia en general.
Como sugiere el título, en francés, pues fue en Francia donde se pintó, se titularía finalmente Les Demoiselles d´Avignon, y digo finalmente porque en principio Picasso no le puso ningún título. Tardó un año en finalizarlo, hizo decenas de bocetos hasta dar con la composición final y no dejó que nadie lo contemplara durante los largos meses de elaboración. Es, sin dudar, el puticlub más famoso de la historia del arte, el retrato de un burdel de la calle barcelonesa Avinyó que, hasta el siglo XIX fue una zona residencial burguesa y aristócrata. Con el traslado de estas clases sociales a otras zonas más modernas se inició una cierta degradación de la zona. En el número 44 de esta calle había un burdel que solía frecuentar Pablo Picasso, conocido como Ca la Mercè, y en él se inspiró el pintor para su obra. En la misma calle, en el número 27, tuvo su sede una logia masónica en la década de 1930.
Picasso, como hemos dicho, no ponía casi nunca título a sus cuadros hasta bien pasado el tiempo (a veces hasta dos años). A esta obra le ocurrió lo mismo. Presentó la obra ya terminada a sus íntimos y, al parecer, fue su amigo Apollinaire, que también conocía el burdel, quien le dio el título de El burdel filosófico. Picasso lo guardó hasta que en 1916 (nueve años más tarde) fue expuesto en el Salón d´Antin “sin pena ni gloria” debido a la mala prensa que el cubismo suscitaba en aquellos años, en plena Guerra Mundial, y se recibió con “asombro y burla”. Lo compró, ocho años más tarde (por consejo del teórico surrealista André Breton) un mecenas de nombre Jacqes Doucet por un módico precio. La visión de Bretón sobre la obra del malagueño fue impactante: Por moi, c’est un symbole pur, une image sacrée (Para mí, es un símbolo puro, una imagen sagrada). El cuadro fue “rebautizado”, como hoy lo conocemos, por otro crítico: André Salmón como Las damiselas d´Avignon. Tras pasar por algunos dueños el cuadro fue a parar, finalmente, al MoMA de Nueva York en 1937, lugar donde se expone desde 1939.
Picasso nos muestra en esta obra, ejecutada al óleo, a cinco mujeres, cinco prostitutas barcelonesas posando en dos grupos. El de la izquierda lo componen tres mujeres de pie, en “contraposto”, vestidas con una especie de túnica. Las dos mujeres de la derecha las presenta una de pie y otra sentada y sus rostros, desfigurados, semejan las máscaras africanas a las que ya nos hemos referido. Estas dos están completamente desnudas. La mujer sentada posando con las piernas abiertas, sin detallar el sexo, que Picasso sustituyó por una superficie plana. Según algunos expertos, el pintor tomó como modelo a una adolescente, de nombre Raymonde que, junto con su pareja de entonces, Fernande Olivier, habían adoptado rescatándola de un orfanato. El fondo neutro de la pintura y los colores de la pintura con predominio de tonos ocres, rojizos y azules.
El pintor convirtió el cuerpo de la mujer desnuda en un conjunto de planos angulares, más marcados cuanto más a la derecha dirijamos la vista. Todas las figuras, alargadas, recuerdan los trazos del Greco. Como remate, la escena presenta en primer plano un bodegón de frutas (pera, manzana, uvas, sandía), simbolismo que incita a que nos preguntemos a quién son ofrecidas. Puede que sea a los clientes o acaso a las mujeres.
Después de esta etapa proto-cubista, en donde no había movimiento, Picasso siguió profundizando hacia un cubismo escénico, analítico y sintético, movimiento que finaliza en 1914. Pero este asunto se escapa del tema que proponemos y que dejamos para otros posibles artículos.
Rosa Mª Ballesteros es Historiadora y Vice-Presidenta del Ateneo Libre de Benalmádena