La profesora Silvia Federici1 en su famoso ensayo, Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, publicado en español en 2020, nos presenta un amplio estudio a través de la historia de las brujas y su procedencia. En su mayoría, escribe, provenían de áreas rurales (por ello su gran conocimiento de las plantas), además de dominar el arte de la partería. Es este un tema del que se ha escrito hasta la saciedad, antiguo como el mundo, y que trasciende a partir de la mitología clásica que es la base de nuestra cultura.
Como representante fundamental, mito principal y origen de nuestra memoria colectiva está la diosa griega Hécate (también identificada con la Isis egipcia) y con sus hijas y sacerdotisas: Circe y Medea. Hécate (pluriempleada) se le asocia, entre otras competencias, con magia, brujería, conocimiento de hierbas y plantas venenosas, fantasmas, necromancia y hechicería. En pocas palabras, poderosa en artes oscuras, como es el caso de otra de sus más insignes sucesoras, personaje literario que bebe, como toda ficción, de la realidad cotidiana. Estamos hablando de nuestra “Celestina”2 que, por otra parte, no es el único personaje literario dotado con las connotaciones ya descritas.
No fue el escritor toledano Fernando de Rojas (natural de La Puebla de Montalbán) el primero, ni desde luego el último en usar de esta figura en la obra publicada en los últimos años del siglo XV. A mediados del siglo XIV el Arcipreste de Hita en su Libro de Buen Amor introduce su “Trotaconventos” (Urraca) y, posteriormente, Lope de Vega en La Dorotea hace lo propio con la “Gerarda” y con la “Fabia” de El caballero de Olmedo. José Zorrilla, en su archiconocido Tenorio, introduce el personaje brujeril de “Brígida”. Escritores posteriores como Pérez Galdós, con la “Saturna” de su novela Tristana, llevada a la gran pantalla por Buñuel en 1970; la “Marieta” de Félix Urabayen en su novela Don amor volvió a Toledo, publicada en 1936 o la “Crispina” de la novela de Mauricio López Robert Doña Martirio, publicada unos años antes que la anterior. Todas muestran la reiterativa vigencia del mito.
Pero regresemos de nuevo al personaje de nuestra exitosa “Celestina”, que fue la obra literaria más editada y difundida en el Siglo de Oro; sólo en la primera mitad del siglo XVI sabemos de la existencia de unas noventa ediciones, impresas en España y en el resto de Europa. En principio, su primera edición aparecía como “Tragicomedia de Calisto y Melibea”, aunque el título por la que pasaría a conocerse: “La Celestina”, se lo debemos a la traducción italiana que realizó Cesare Arrivabene en el año 1519. La obra se tradujo, en poco más de un siglo, a varios idiomas. Varios estudios de la obra apuntan que, además de Fernando de Rojas, intervinieron en la redacción de su primera parte dos escritores coetáneos, también de origen judeo-converso (como Rojas): el cordobés Juan de Mena y el toledano Rodrigo Cota.
La novela refleja la amalgama cultural y literaria de la época y, por descontado, como ya indicamos, se pueden encontrar numerosas referencias de la mitología clásica. Su figura principal, Celestina, la astuta alcahueta, también se asocia con personajes mitológicos, y su habilidad manipuladora y dotes de brujería se pueden asociar a las “artes mágicas” o “artes oscuras” mencionadas. Sólo recordar que, en el texto de Rojas, al describir a Celestina, el autor, entre otras habilidades, le adjudica “una punta de bruja”.
Por otro lado, la Historia ha recogido ciertas biografías de personajes asimilados a mujeres que ejercieron este tipo de oficio que, en algunos casos, han dejado huellas palpables, como es el caso que el escritor Gabriel Pozo Felguera describe en un completísimo estudio donde cuenta el caso de una tal “Mariparda”, trotaconventos o celestina del siglo XVI, que llegó a ser la primera mujer con una calle en la ciudad3. Una empoderada de su época.
Resulta curioso, como escribe Pozo, que “a todas las mujeres dedicadas a oficios mercantiles o puestos de los mercados se las comenzaba por llamar Mari, más su apodo calificativo. En cambio, a las mujeres que ejercían la prostitución en la mancebía o en los mesones se no se les anteponía el nombre de Mari”. Otro ejemplo similar fue el de una tal “Margaritona”, otra alcahueta, esta vez madrileña, de la época de Felipe IV, descrita con todo lujo de detalles por el historiador José Deleito y Piñuela (apartado de su cátedra al finalizar la Guerra Civil), en uno de sus libros titulado La mala vida en la España de Felipe IV, con Prólogo de Gregorio Marañón, y publicada en 1948.
Y el personaje, tan atractivo, se ha llevado incontables veces al cine. Se han descubierto, gracias a la investigación, varios expedientes de censura de tres guiones basados en la novela de Rojas. Corresponden a los proyectos de Juan Guerrero Zamora de 1965, el de Luis Revenga de 1967 y el de Julio Diamante de 1979, todos ellos censurados durante la dictadura franquista4. Son muchísimas las actrices que han dado vida a nuestro personaje, tanto nacionales como extrajeras como la peruana Montserrat Brugué; la francesa Jeanne Moreau; la ruso-italiana Assia Noris o la famosa actriz mexicana Ofelia Guilmaín, nacida en Madrid, pero naturalizada en aquel país al exiliarse tras la Guerra Civil, más toda un larga nómina de actrices españolas, comenzando con la pionera Carmen Cobeña (1869-1963), quien representó por primera vez el papel de Celestina en 1909; Irene López Heredia (1894-1962), Margarita Xirgu (1888-1969)5 o Amparo Rivelles (1925-2013). Entre las actrices de cine destacamos a Terele Pávez, Anabel Alonso, María Luisa Pontes, Amelia de la Torre, Tony Soler, Carmen Machi, Nati Mistral, Nuria Espert, Gemma Cuervo o Charo López.
Parafraseando al ya citado Gabriel Pozo, el oficio celestinesco no casaba bien con el nombre de la Virgen, y por ello a ninguna prostituta se le conocía anteponiéndole el Mari que si llevaban las mujeres “decentes”. Sigue diciendo que, en la historia de la prostitución local granadina, apenas se ha conservado el nombre de una sirvienta de Venus de apodo la “Bizcocha”.
Según el autor: “ninguna de las históricas prostitutas debe haber contraído méritos para que los próceres le dediquen una calle. Lo cierto es que los tiempos han cambiado apenas en estos menesteres: Ambos sexos buscan compañía y recurren a intermediarios cuando por sí solos no son capaces de encontrarla”.
1 Silvia Federici (Parma, Italia, 24 de abril de 1942) es una filósofa, historiadora1, escritora, profesora, activista feminista y marxista Ítalo-estadounidense.
2 Conocida también, entre otros sinónimos como alcahueta, tercera, trotaconventos, encubridora, cobertera, corredera, correveidile, enflautadora, comadre, encandiladera, encandiladora, conseguidora, burdelera…
3 En palabras del autor, sabemos que Mariparda ya daba el nombre a la calle del centro de Granada a finales del siglo XVI, por documentos del Concejo. La calleja perpendicular a la fachada de la Catedral llevó su nombre durante cuatro siglos, hasta que se lo quitaron para dárselo a un político.
4 Recomendamos el libro de José Eduardo Villalobos Graillet: La celestina y el cine censura y recepción (1969-1996).
5 También exiliada.
- Rosa Mª Ballesteros es Historiadora y Vice-Presidenta del Ateneo Libre de Benalmádena