domingo, octubre 13, 2024
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Las secuelas de la sobreprotección

Sergio García Gutiérrez, especialista en psicología infantil

No debemos confundir proteger con sobreproteger. He de decir que la protección que le demos a nuestros hijos es vital para ellos, ya que cuando son pequeños nos necesitan y dependen de nosotros para “casi todo”, esto es algo totalmente natural y sano para su desarrollo.

Podría decir que sobreproteger a un hijo es ir “más allá” de cubrir y satisfacer sus necesidades y cuidados básicos. Es pensar por el hijo, tomar decisiones por el hijo, solucionar todos los problemas del hijo. En definitiva, es vivir por el hijo, cuando el hijo es una persona que debe desarrollar sus propias capacidades personales, si es que quiere funcionar correctamente en el mundo.

Para que os hagáis una idea de los padres que están sobreprotegiendo cada día, unos no se dan cuenta, y otros sí, son los típicos que están todo el día repitiéndoles a sus hijos: “no hagas eso que puedes lastimarte”, “no vas a ir a dormir a casa de tu amigo, porque yo no conozco esa casa”, “no irás a la excursión porque los animales pueden ser peligrosos” y no y no y no. Obviamente, con esa actitud solo inculcan miedo a los hijos y la idea falsa de que el mundo es un lugar peligroso.

Por otro lado, aunque parezca contradictorio, esos tipos de padres son muy permisivos, en el sentido de que no suelen poner límites y normas claras que los niños entiendan e interioricen. Además de esto, si los hijos violan esas normas difusas, ellos no establecen consecuencias definidas “por miedo a dañar a sus hijos”, cuando realmente las consecuencias sirven para educar, no para dañar.

Tampoco, les exigen obligaciones ni responsabilidades que por edad puedan realizar alegando a que “no quieren hacerlo”, “lo hacen mal” o “pobrecito que es muy pequeño”.

Éstas son las creencias disfuncionales de los padres sobreprotectores. Ellos piensan que, al sobreproteger a sus hijos, van a cuidar su autoestima, no van a dañar su salud mental porque no les van a crear disgustos ni frustraciones y, además, serán hijos felices porque “no les va a faltar de nada”. Peeeeeero, todo lo contrario, van a construir personas miedosas, dependientes, con baja tolerancia a la frustración, con baja o nula capacidad de aprendizaje de sus capacidades personales.

Creo que lo que he expuesto tiene sentido, ya que, si nos hemos pasado la vida advirtiéndole a los hijos de absolutamente todos los “peligros”, por improbables o insignificantes que sean, que pueden encontrarse en su vida, andarán por el mundo con miedo a lo “que pueda ocurrir”. Además, si nunca le hemos dado las herramientas para que sepan afrontar y solucionar sus problemas por ellos mismos, serán incapaces de enfrentarse a ellos solos, e incluso pueden hacerse dependientes de alguien que les “saque las castañas del fuego”, cada vez que se encuentren en una situación complicada.

Hago hincapié en que, si no les enseñamos a tomar sus propias decisiones, a gestionar su propia vida o a solventar sus problemas, siempre dependerán de alguien para hacerlo porque, realmente, es que no saben hacerlo solos. Esto, a su vez, creará problemas de autoestima ya que si uno percibe que no sabe manejarse por la vida por sí mismo o que nunca toma la iniciativa en nada, su autoconcepto será, desgraciadamente, el de un “inútil” que siempre necesita a otro a su lado.

Para colmo, como sus padres siempre se han asegurado de que no sufran por nada ni se frustren cuando no consiguen lo que quieren, dándoles casi todo lo que piden en el momento que lo piden y minimizando su dolor, no han aprendido a tolerar que las cosas no siempre salen en la vida como a uno le gustaría, y nos guste o no ésta es la realidad. 

Puede ser que, bajo el cobijo de la familia, el hijo sienta que lo tiene todo y que los padres son una especia de sirvientes que están a sus pies cuando ellos lo necesitan.

Si siempre estamos anticipándole al hijo lo que le va o no a ocurrir, si no le dejamos equivocarse para aprender y si lo hacemos casi todo por ellos, evidentemente, estamos reduciendo su capacidad de aprendizaje. Si antes de que el niño tenga ganas de orinar, ya lo estamos obligando a ir al baño “porque no vaya a ser que luego te entren ganas y no encontremos un sitio para hacerlo”, no sabrá identificar por sí mismo sus propias señales fisiológicas cuando necesite ir al baño. Y si no le dejamos caerse, nunca aprenderá qué es lo que debe hacer y lo que no debe hacer. 

Por último, decir que las personas aprendemos por consecuencias negativas y positivas debido a nuestras experiencias directas, por lo que es indiscutible la necesidad de que el niño experimente con el mundo para aprender a manejarse mejor en el futuro.

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