Todos tenemos alguna taberna Picalagartos (con permiso de Max Estrella y Valle-Inclán), esos sitios a los que vuelves, y vuelves, y no dejas de volver hagas lo que hagas y estés donde estés, porque forman parte de algo que reconoces como tuyo.
Cuando pasa eso, te conviertes en lo que popularmente se conoce como “la parroquia”. Para mí, uno de esos sitios está en la Avenida de las Palmeras, y se llama El Mundo de la Empanada. ¡Cuántas veces habré dicho que las mejores empanadas argentinas se hacen en Benalmádena! Hace unos meses se jubiló Edgardo, su fundador, argentino trotamundos, que siempre te recibía con una buena conversación sobre Mar de Plata, sus experiencias en Estados Unidos y Rusia, o sobre su pasado como triatleta. Allí incluso hemos charlado con un chalcharero. Un gran tipo que se merece descansar para disfrutar de los nietos.
Y aunque el local ha cambiado de manos, sigue estando la misma gente, que es al final lo que importa. Buenos tipos todos. Buenas empanadas. El caso es que, las últimas veces que pasé por allí, el personal estaba emocionado, con razón, con el Mundial que estaba haciendo Argentina. Un Mundial que, pase lo que pase en la final (escribo esto horas antes de tan magno acontecimiento), ha dejado ya una frase para la historia que se comercializa en tazas, camisetas, gorras y que los argentinos están compartiendo como un desahogo. Ibsen podría subtitular esos segundos que han dado vuelta al mundo con las mismas palabras que le dedicó al pobre doctor Stockmann: “Esa voz es la voz del pueblo”. Y la voz del pueblo siempre necesita de un bobo.
Así que tenemos a Messi recriminando una mirada, la mirada de otro al que no vemos. Por eso, el otro podrían ser los deportistas que aceptan sueldos millonarios de países sin ningún respeto por los derechos humanos. Y que juegan el Mundial en un país que persigue al colectivo LGTBI y limita los derechos de las mujeres. Un Mundial manchado de sangre por la muerte de, al menos, 400 trabajadores extranjeros expuestos a durísimas condiciones para construir los estadios de fútbol. El otro podrían ser todos esos patrocinadores que han mirado para el lado del dinero, o los eurodiputados que han aceptado sobornos, o los periodistas que escriben epopeyas de multimillonarios en pantalón corto a pocos metros de estos abusos. Pero no. Creo que Messi no hablaba para esos otros.
Mientras todo esto pasa en Catar, el futbolista profesional iraní Amir Nasr-Azadani ha sido condenado a muerte en su país por apoyar las protestas en favor de los derechos de las mujeres. Ibsen cerraba su obra Un enemigo del pueblo con esta frase: “el hombre más poderoso del mundo es el que está más solo». Tenía razón.
Carlos Zamarriego es dramaturgo y vecino de Benalmádena. Acaba de publicar La mano y Teatro Encogido. Estrena en Madrid su última obra en diciembre: Al final no voy a cenar.