
Es la pregunta inevitable cuando uno recorre las calles de Benalmádena. La ciudad ofrece hoy una imagen de desorden, improvisación y abandono. No se trata de una percepción aislada: lo que ocurre es evidente y preocupante.
Las obras parecen eternas. Se inician sin planificación y se ejecutan sin supervisión. Contenedores de basura aparecen de la noche a la mañana, eliminando plazas de aparcamiento sin una lógica aparente. Las aceras, ya de por sí estrechas, se llenan de maceteros que impiden el paso, dificultando la accesibilidad. Mientras tanto, en lugar de naturaleza, se extiende el plástico: flores artificiales, césped sintético y decorados sin alma, ajenos al entorno que pretendemos promocionar como destino turístico de calidad.
A todo esto se suma la pérdida de distintivos que sí tienen valor: las banderas azules en nuestras playas. O eventos culturales como Benalfest y el Festival de Teatro y Musicales, que se han esfumado sin que nadie en el gobierno dé explicaciones claras.
¿Y las cuentas municipales? Intervenidas. El presupuesto de 2024 ha sido anulado y el informe de la Intervención Municipal advierte del constante desequilibrio y riesgo por el elevado gasto público.
Y mientras tanto, el alcalde Lara ha decidido que su gran prioridad es… cambiar el logotipo del municipio. Medio millón de euros gastados ya —sí, medio millón— en sustituir un logotipo que funcionaba por otro impuesto sin consenso, sin utilidad práctica y sin siquiera un Manual de Identidad Corporativa.
El nuevo logotipo ha sido estampado en vehículos municipales, marquesinas, taxis, papelería, merchandising, y ahora también en los uniformes de los trabajadores públicos. Uniformes que antes eran amarillos -por décadas- y que ahora se sustituyen por otros naranjas, con el nuevo sello personal del alcalde. Solo esta operación cuesta 200.000 euros. Y cientos de uniformes amarillos que se conservan en los almacenes o vestuarios de los trabajadores, acabarán en la basura.
¿Es este es el modelo de ciudad de Lara? Una ciudad de escaparate, de cartón piedra, que cambia lo superficial mientras descuida lo esencial: los barrios, los servicios, la cultura, el turismo, la sostenibilidad económica.
Lo preocupante no es solo el derroche o la estética cuestionable. Lo grave es que no hay una dirección clara, ni un rumbo definido. Todo parece guiado por la ocurrencia del día.
Por eso nos preguntamos: ¿Hay alguien al volante?
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