La superstición era una característica fundamental en cualquier romano de pro. Conjuros, remedios, ofrendas y amuletos eran habituales para ganar el favor de los dioses y conseguir buenos augurios. Eso sí, los romanos estaban un pelín obsesionados con la posibilidad de sufrir los efectos del mal de ojo y se desvivían por evitarlo. El método más común de defenderse contra este mal -que creían que podía provocarles hasta la muerte- era el uso de amuletos, a los que se atribuían valores propiciatorios y apotropaicos.
Entre ellos, hay uno que destaca sobre los demás por su efectividad: el fascinum (o fascinus). En la antigua Roma el símbolo del pene erecto se utilizaba además de para atraer la fertilidad para alejar la desgracia, por eso las imágenes fálicas adornaban innumerables puertas y muros en todo el Imperio Romano, transmitiendo una imagen de poder y de buena fortuna (¡cuantas veces lo habremos visto en la actualidad en algún cuarto de baño de un bar o en una pared sin saber que su autor solo buscaba protegernos!). El uso de este símbolo fue tan extendido y popular, que durante el siglo VII d.C., los autores cristianos continúan describiendo su uso, que, por cierto, se intentaba erradicar a toda costa.
Si sienten curiosidad por saber cómo eran estos colgantes fálicos tan populares en la Roma clásica, solo tienen que acercarte al Museo de Arte Precolombino Felipe Orlando, que expone en su colección uno de bronce, que fue hallado durante las excavaciones realizadas en el año 2002 en Benalroma (villa romana de Benalmádena costa).
Al benalmadense se suman en España otros ejemplos y quizás el más conocido sea el que está en Uxama, cerca de Burgo de Osma (Soria). No se trata de un colgante sino de un dibujo o grabado en relieve que durante mucho tiempo se pensó que adornaba la puerta del prostíbulo de la ciudad y aunque no sabemos para qué se utilizaba el edificio, lo que está claro es que, según la creencia romana, estaba a salvo del mal de ojo. También se halló un amuleto muy similar al de Benalmádena, pero con forma de pene alado en la Bahía de Mazarrón, en Murcia, y otro en el Pinar de la Marismilla, en La Puebla del Río (Sevilla), por nombrar algunos.
Como si fuera poco, los romanos no solo colocaban enormes penes en el umbral de la puerta de su casa, sino que para prevenir que la fascinatio entrase por las ventanas, dibujaban más falos en las paredes.
Pero claro, si Mercurio te había sonreído y tu negocio iba viento en popa o Venus había bendecido a tu esposa y media villa o ciudad deseaba que estirases la pata para casarse con ella, obviamente no era suficiente tener pintadas vergas por toda la casa. Cuando necesitaban un plus de protección distribuían figuritas con fascinum estratégicamente por todas las estancias e incluso los colocaban en las lámparas de aceite que daban luz a los hogares y hasta adornaban el menaje del hogar con ellos (porque vete tú a saber si te entraba la fascinatio a través de la comida y es que, te arriesgabas a que se cayeran todos los dientes, se te secasen los genitales o incluso murieses).
También los podías ver colgados en los tintinnabula (móviles o atrapasueños con campanitas y por supuesto, algún que otro fascinum, en donde además la creatividad alcanzaba cotas insospechadas y los orfebres les ponían garras de animal y otras añadiduras), que curiosamente era habitual ubicarlos cerca de las cunas de los recién nacidos (menos mal que los bebés, a esa tierna edad, no pueden concentrarse en objetos ni seguirlos en movimiento).
Como ven, todo era poco para protegerse de la envidia y el mal de ojo dentro de la casa romana, pero claro, ¿qué pasaba cuando salían a la calle?, ¿cómo se protegían del ‘ojeo’ del vecino envidioso o del extranjero? Pues, se ponían un fascinum portátil y listo. Lo solían colocar en un anillo y también había pendientes, aunque lo más usual era colgarse el amuleto fálico al cuello (como el que se encontró en Benalroma). La cosa era estar bien protegido porque incluso un animal podía ‘ojearte’ o hasta tu propia amantísima madre o esposa, sin animo alguno de hacerlo (era cosa seria, pues en las villas y ciudades todo el mundo sabe que puede haber mucha mala baba).
Parece ser que los más propensos a sufrir mal de ojo eran los niños. Dada la alta tasa de mortalidad infantil en la época, no es de extrañar el ánimo de protección. En su noveno día de vida, los niños romanos (solo los varones) recibían una bulla, que era un saquito, a veces un medallón, que portaban en el cuello y que contenía diferentes amuletos, entre los que, por su puesto, ya se imaginan cual no podía faltar.
Los legionarios romanos, valientes como ellos solos y feroces en la batalla, tampoco escapaban de la superstición, por lo que era común el uso de colgantes fálicos, en sus distintas versiones (el ‘top’ como les hemos contado, era el alado, el pene volador; estaba también el doble pene con doble protección o el que incluía un puño o una mano haciendo una peineta, que además atraía la buena suerte).
El culto al poder apotropaico del fascinum estaba también firmemente instalado en la religión oficial. De este modo, las vírgenes vestales guardaban un celoso culto al Fascinus Populi Romani, una sagrada imagen del falo, que formaba parte de los símbolos de Roma (no me digan que esto de que fueran precisamente las sacerdotisas vírgenes las guardesas del que venía a ser llamado el pene erecto del pueblo romano no tiene su punto de morbo…). De hecho, durante la fiesta del Liber Pater, asociada a Baco, se sacaba en procesión un gran falo.
Puede que nunca sepamos a ciencia cierta por qué atribuían al fascinum esas inigualables virtudes apotropaicas, pero como poco resulta curioso que, por ejemplo, en Bután, tan alejado de Roma, también compartan esta creencia en los poderes de este recurso ornamental (por no repetir otra vez pene erecto) y de su función de ahuyentar los malos espíritus y los demonios.
En Benalmádena desde hace unos años se está apostando por revitalizar el patrimonio y, por ende, en dar más visibilidad a los yacimientos romanos, ¿volverán a ponerse de moda sus símbolos y amuletos en este momento de rebranding de logos institucionales? Quién sabe… los caminos de la ‘creatividad’ en el ámbito político son inescrutables.
De momento, si quieren ver uno auténtico, en vivo y en directo, solo tienen que pasarse por el Museo de Arte Precolombino Felipe Orlando de Benalmádena pueblo y para finalizar un plan ideal de otium cum dignitate pueden terminar en el Centro de Historia de Benalmádena costa y visitar el yacimiento arqueológico en el que se halló este talismán fálico de bronce, que protegió del mal de ojo y las envidias de sus vecinos a alguno de nuestros ancestros romanos de Benalroma.
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