miércoles, enero 22, 2025
Vixuart
InicioActualidadEl gusto por los 'chismes' de nuestros ancestros romanos de Benalroma y...

El gusto por los ‘chismes’ de nuestros ancestros romanos de Benalroma y Torremuelle

Si había algo que gustase a nuestros antepasados romanos, además de poner garum hasta en los postres, era el chismorreo. Como lo oyen. El salseo, el humor y por supuesto, el rumor estaba en boca de todos en la antigua Roma. Los romanos les daban un toque humorístico incluso a sus propios nombres, en especial al tercero, el llamado cognomen o apodo. Así por ejemplo, el nombre completo del famoso poeta Ovidio era Publio Ovidio Nasón (narizotas) o a Marco Tulio Cicerón solemos llamarlo precisamente por su apodo familiar: Cicero (garbanzo), pudiera ser porque sus antepasados lo cultivaban o porque alguno tuvo una verruga en la nariz o quien sabe cual fue la verdadera razón.

El humor estaba presente en las conversaciones de la calle y de la taberna, que incluso han llegado hasta nuestros días a través de los grafitis de las paredes de Pompeya, llenos de bromas, insultos y caricaturas ¡de personas reales!.

Pero, ¿cómo llegaban los chismes a los patricios de Benalroma y de Torremuelle? Normalmente a través de las cartas, que pasaban de mano en mano hasta llegar a su destinatario. Sin embargo, la epístola parece ser que supo a poco y las ansias por estar al día de todos los rumores encontró una vía de comunicación más eficaz: el Acta diurna, creada en torno al año 59 a.C. por Julio César.

Esta especie de periódico local de la época tenía como objetivo dar a conocer sucesos de diversa naturaleza que ocurrían diariamente, como las victorias militares, deliberaciones del Senado, sentencias judiciales, pero también tenían su sección ‘rosa’ en la que se recogían los matrimonios más sonados, divorcios, natalicios… De hecho, las había de varios tipos. Estaba el Acta Diurna Commentaria Senatus, que relataba las obras diarias del senado, el Acta Diurna Urbis sobre los acontecimientos diarios de la ciudad, asambleas populares o tribunales y el Acta Diurna Populi Romani, que era la que más gustaba porque incluía nacimientos, muertes, matrimonios, divorcios, eventos sociales, políticos y minutas de los negocios públicos.

Se cree que se inscribían en planchas de madera pintadas con cal o enceradas, las cuales se colocaban en distintos lugares de acceso público al Foro. Las actas publicadas en Roma se difundían por el Imperio en copias, realizadas a menudo en papiro, y tenían una enorme difusión.

A medida que estas noticias corrían de boca en boca, se enriquecían con detalles que no figuraban en la comunicación inicial, dando paso a rumores que viajaban con gran rapidez. El poder, el dinero y, especialmente, el sexo fueron su sal y su pimienta, y cuanto más famoso era el personaje, mayor número de rumores suscitaba (¿les suena?).

Pero claro, en aquella época el porcentaje de analfabetos era muy alto, por lo que solo una pequeña parte de la población podía leer las actas. Así que para nadie se quedase sin conocer este o aquel chisme, se creó la figura del pregonero (praeco), que recorría las ciudades comunicando los hechos más relevantes de forma oral. Se trataba de un funcionario que durante un período de tres años se ocupaba de recorrer la ciudad comunicando oralmente las noticias y por supuesto, los cotilleos más relevantes, que siempre estaban controlados por la máxima autoridad (ahora a algunos se les provee de un ordenador para que realicen aquella función). Y por estos canales, a modo de, digamos las redes sociales de la época, se propagaban los rumores más jugosos sobre los famosos, como Julio César o Cleopatra, los chismes políticos y sociales o los más suculentos cotilleos relacionados con ciertos amoríos.

En fin, parece ser que gran parte de la “historia” que conocemos nace del rumor. En muchos casos, los documentos escritos que conocemos de la antigua Roma contienen, más que realidades verídicas, rumores o cotilleos que llegaban a oídos del escritor. En el libro ‘Crónica rosa rosae’, su autor, Paco Álvarez, explica con un claro ejemplo hasta qué punto los romanos eran partidarios del chismorreo: “las cartas de Cicerón están llenas de rumores, e incluso a sus interlocutores, cuando no tienen noticias que contarle, les pide que le cuenten los cotilleos, que también son importantes”. Y, si hubiera que señalar a una figura que, por excelencia, gana en cuanto a número de cotilleos, ese es Cayo Julio César. Por ejemplo, su escándalo de adulterio “fue tremendo y traería cola durante años”, escribe Álvarez. Se refiere al episodio con su amante Servilia, mujer del senador Décimo Junio Silano, así como afirma que “según el cotilla Suetonio, César era un mujeriego. Cuenta que sus soldados, en el desfile triunfal tras la guerra de las Galias, cantaban: ‘Ciudadanos, vigilad a vuestras mujeres: traemos al adúltero calvo’. Además de sus tres esposas y de Servilia, Julio se pasó por la piedra de amolar, según se dice, a Postumia, la señora de Servio Sulpicio Rufo; a Tértula, esposa de Marco Licinio Craso; a Lollia, esposa de Aulio Gabinio, a la esposa de Catón…”, enumera el autor.

Álvarez demuestra en su libro lo obvio: “somos cotillas, reconozcámoslo. Nos gusta saber cosas de los demás, sobre todo de los famosos”. Y no podía ser menos en una época histórica como la de la Roma clásica, en la que, también rumoreaban escritores tan serios como Hesíodo, Demóstenes, Aristóteles, Séneca o Cicerón.

Esta especie de ‘Sálvame Deluxe’ de la Antigüedad nos permite descubrir cuánto les iba la marcha a nuestros antepasados romanos, que no se perdían ningún salseo. ¿Qué pensarían por ejemplo sobre la duplicidad en la placa inaugural del Centro de Historia de Benalmádena?. Posiblemente ellos lo entenderían como la suerte actual de su damnatio memoriae y de las relaciones que se establecen entre el poder, la autoridad y la memoria en nuestro presente con el paisaje monumental heredado del pasado.


MÁS SOBRE LA BENALMÁDENA ROMANA:

ARTICULOS RELACIONADOS

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, introduce tu comentario
Introduce tu nombre

hitnoodles

ULTIMAS NOTICIAS

printshop publicidad