martes, julio 8, 2025
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‘Fashion victim’ en Benalroma: Así vestían los romanos

Con la mente puesta todavía en la recién clausurada Benalmádena de Moda, los fashionistas tienen una nueva cita este viernes 13 de junio, aunque no tan trendy. Se trata del taller “Pigmentos y tejidos romanos” que se imparte en el Centro de Historia dentro de las Jornadas Europeas de Arqueología organizadas por la Junta de Andalucía.

Los participantes -menores a partir de 6 años- acompañados de un familiar, descubrirán como nuestros antepasados romanos ya se definían en estatus según vistieran. Mediante el uso del codiciado púrpura de Tiro a los pigmentos naturales presentes en las túnicas romanas, podrán moler lapislázuli y hervir productos de origen vegetal para tintar lana pura.

Aunque Roma se forjó en los ideales de la austeridad, la guerra y la dignitas, con tanta conquista, expolio y riqueza, les ocurrió como cuándo comenzamos el año nuevo con el firme propósito de apuntarnos al gimnasio, que no han llegado los Reyes Magos cuando ya nos hemos olvidado. La vestimenta en Roma era un espejo de la sociedad. Y claro, en la Caput Mundi lo que se llevaba, si te lo podías permitir, era el lujo y la opulencia en modo máximo. Vamos que si eras noble o adinerado te convertías en una fashion victim en toda regla.

En Roma no solo valía con ser ciudadano, sino que tenías que parecerlo y eso pasaba por llevar el pelo corto, un rostro bien afeitado y una túnica recta sin mangas, ceñida por un cinturón, que dejara las pantorrillas a la vista y poco a la imaginación. Aunque, a partir del siglo III se puso de moda la túnica dalmática (como la que llevan ahora los sacerdotes), más suelta y larga y con mucha más decoración. Y, todo hay que decirlo, en el siglo V, el universo de las túnicas adquirió nuevas dimensiones con diseños rebosantes de floripondios, sirenas, cupidos y llamativos ornamentos varios.

Precisamente la túnica era la prenda que no podía faltar en el fondo de armario romano. Eran muy diversas, pero siempre más cortas para el hombre que para la mujer, que también llevaban estolas.

El ropaje más conocido era la toga, vestiduras únicamente usadas por hombres que fueran ciudadanos romanos. Todo muy patriótico. Eran de lana, muy pesadas, de unos cinco metros de largo por dos y medio de ancho, y costaban un ojo de la cara no solo comprarlas, sino ponértelas. Como era imposible que uno pudiera colocársela solo, había esclavos especialistas en poner correctamente estos armatostes, que suponían un verdadero suplicio lucir, puesto que dejaban el brazo izquierdo prácticamente inmovilizado bajo capas y capas de tela. Curiosamente pese a su alto precio, después se blanqueaban con orines y otros productos en las fullonicas, que eran las lavanderías de la época.

Las ropas femeninas solían ser coloridas, al punto de que se creó una pujante industria tintorera siempre atenta a los gustos y la moda de cada temporada. El tinte más apreciado era la púrpura de Tiro, que procedía de la mucosa (baba de caracol) de un molusco marino -el Murex-. El color rojo-púrpura era el color de los emperadores y el que llevaban en sus estolas las mujeres más adineradas.

Entre los tintes vegetales el más habitual era el índigo que propiciaba sombras azules y amarillas. El amarillo lo obtenían del azafrán, que como ahora era muy caro y se reservaba para las mujeres casadas o las Vírgenes Vestales, que, por cierto, guardaban un celoso culto al Fascinus Populi Romani, una sagrada imagen de un falo, que formaba parte de los símbolos de Roma (pero esta es otra historia que pueden leer aquí: El fascinum, el talismán fálico hallado en Benalroma que protegía del mal de ojo).

A los zapateros romanos no les faltaba el trabajo y no porque el calzado sea un imprescindible para un buen outfit, que también, sino porque en aquella época ir descalzo era cosa de pobres. A excepción de las comidas, durante las cuales no habías terminado de acomodarte que ya tenías agachado a un esclavo para quitarte los zapatos.

Como norma general no había mucho calzado para elegir: tenían sandalias o zapatos. Las sandalias estaban formadas por una suela de cuero recio o esparto, atada al pie de distintas maneras y eran para estar por casa, para salir había que ponerse el zapato (calceus). Si eras militar te tocaba usar la caliga, que por cierto, de ahí viene el apodo del emperador Calígula (el “Botitas”).

Además de gustarles mucho las joyas, cuantas más mejor, también cuidaban mucho el cabello. Hay que tener presente que para ellos ser calvo era una maldición ya que era signo de debilidad y sobre todo de poca virilidad, aunque como la alopecia no entiende de estatus, pronto se vio con buenos ojos disimularla con pelucas. A no ser que fueras Julio César, que además del look me peino hacia delante que así se notan menos las entradas, la disimulaba luciendo siempre la corona de laurel a la que sus triunfos militares le daban derecho.

Pues hasta aquí llegamos con estos apuntes sobre las vestimentas de los “locos romanos” que diría Obélix. Si quieres saber más, apuntas al niño/a al taller de este viernes del Centro de Historia y ya allí te cuentan. Y si se te sigue picando el gusanillo por conocer más curiosidades de la historia, para el sábado, 14 de junio, hay otro taller gratis sobre ‘Alimentación y pan prehistórico’ en el que incluso se podrá moler grano a mano y realizar toras de pan ácimo que se degustarán tanto con alimentos dulces como salados. Vamos, que sales de allí merendado.

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