Revisando las hemerotecas digitales (vaya a saber usted qué iba buscando yo, pero algo sería) me encontré con un sorprendente hallazgo. Según varios medios, un tal Francisco Orujo, de Benalmádena, habría inventado un ingenio volador nada menos que en 1863, cuatro décadas antes de que los hermanos Wright patentasen su primer aeroplano.

El 27 de febrero de 1863, bajo el el epígrafe de “Navegacion aérea,” leemos en el Correo de Andalucía, periódico de Málaga, perteneciente al 15 de febrero: «En Benalmadena, pueblo de la provincia muy próximo a esta capital, acaba de darse un paso muy avanzado para descubrir el secreto de la navegación aérea, problema que casi puede darse por resuelto gracias al ingenio de un rustico campesino, que ha conseguido más en pocos días, que todos los sabios que han estudiado el asunto en muchos años.
Francisco Orujo, conocido por el “Mirlo”, ha construido un aparato especial, consistente en unos pequeños abanicos que se colocan en los talones pegados a unas botas, y dos grandes alas que partiendo de la cintura, llegan hasta cerca del cuello y se mueven con las manos, con cuyo auxilio ha conseguido elevarse a unas doscientas varas de altura, marchando en todas direcciones hasta con viento contrario: en un ensayo ha llegado hasta Mijas, distante una legua de aquel pueblo, en menos de un cuarto de hora, y se cree que perfeccionado el aparato, volará aun con mayor velocidad. Estaremos a la mira de cuantos adelantos se vayan realizando en tan portentoso invento, que está llamado a verificar una transformación general en nuestras vías de comunicación».
La publicación Crónica de ambos mundos fue editada entre 1860 y 1863 (teníamos los españoles todavía Cuba y Puerto Rico en América) y llevaba por subtítulo el de “Revista semanal de política, literatura, ciencias, industria y comercio”. La ‘Crónica de ambos mundos’ fue una publicación liberal que pretendía situarse en una posición ecléctica respecto a las diferentes corrientes del liberalismo en los últimos años del reinado de Isabel II.
La distancia entre Benalmádena Pueblo y Mijas Pueblo en línea recta es de unos 8 kilómetros. Si Paco Orujo tardó 15 minutos en hacer este recorrido, voló a una velocidad de 32 km/h, (asumiendo que el viaje se hiciese a una velocidad constante), es decir, la que puede desarrollar un dron comercial.
¿Existió Francisco Orujo? ¿Pudo “El Mirlo” de Benalmádena emular a Ícaro con un ingenio mecánico como el descrito, volando a 160 metros de altura desde Benalmádena a Mijas? ¿Estará su nombre registrado en los archivos del obispado de Málaga? ¿O estamos ante un ejercicio de marketing periodístico tan propio de las publicaciones de finales del siglo XIX, que no se caracterizaban por su rigor periodístico?
Este tipo de noticias, entre lo fabuloso y lo posible, eran relativamente comunes en una época donde el sueño del vuelo fascinaba a inventores y charlatanes por igual. Lo sorprendente aquí es la concreción de los detalles y la publicación en un medio con aspiraciones serias.
Y aunque el vuelo del “Mirlo” pueda parecer una excentricidad local, lo cierto es que no fue un caso aislado. La historia de la aviación está llena de nombres olvidados que soñaron (y se la pegaron) por querer volar.
Por ejemplo, Jean-Marie Le Bris, un marino francés, construyó un planeador en 1856 que logró elevarse brevemente en el aire en una playa de Brest, gracias al impulso de un caballo a galope. El aparato se elevó más de 100 metros, lo que lo convierte en uno de los primeros vuelos documentados en la historia.
También es célebre el caso de Sir George Cayley, quien ya en 1853 diseñó un planeador capaz de transportar a un ser humano. De hecho, hizo volar a su cochero (sin advertírselo, cosas de no tener protección sindical) convirtiéndose en uno de los pioneros fundamentales de la aviación moderna.
Más trágico fue el intento del sastre francés de origen austríaco Franz Reichelt, quien en 1912 se lanzó desde la Torre Eiffel con un traje-paracaídas de su invención… y murió de la ostia que se pegó. Aunque algo posterior, su historia resume la mezcla de audacia, ingenuidad y tragedia que acompañó a muchos pioneros del aire.
El caso de Francisco Orujo, sin embargo, destaca por la osadía técnica y la reivindicación rural: un campesino andaluz que, con abanicos en los talones y alas en la cintura, habría planeado desde Benalmádena hasta Mijas como un Ícaro sin mar de fondo. ¿Fue real o una exageración periodística? No lo sabemos, aunque lo sospechamos. Pero el hecho de que lo consignen varias publicaciones, incluida Crónica de ambos mundos, invita al menos a la fascinación.
Quizá el “Mirlo” nunca voló. O quizá sí. Pero su historia forma parte de ese hermoso limbo entre la invención y el mito, donde nace la verdadera historia de los sueños humanos. Desde luego, si existió, una rotonda se merece el hombre.
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